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Alberto Rodríguez

El enemigo público

El enemigo público

¿John Dillinger o los banqueros? Han pasado ochenta años, desde que se rodó la primera versión de El enemigo público, dirigida por William Wellman, hasta la última que  llega como estreno, dirigida por Michael Mann. La historia de los catorce rapidísimos meses que transcurren entre el momento en que utilizando  una pistola tallada Dillinger huye de la prisión estatal de Indiana con un grupo de hombres, y su asesinato a la salida del teatro Biograph en Chicago, una noche de 1933. Todavía hay asaltantes de bancos y banqueros, solo que ahora ya no sabemos cuáles son más públicos.

John Herbert Dillinger fue asesinado el mismo horrible año en que el otro asaltador – de  países - es elevado a la condición de canciller del Reich en Berlín.  Dillinger, a diferencia de Hitler, nunca publicitó su negocio revistiéndolo con una causa. A Billie la conquista presentándose como asaltador de bancos. Era un asaltador más honrado, menos hipócrita que Hitler, y menos que los banqueros y sus cómplices de Estado, que provocaron la crisis de los treinta. Los mismos banqueros, que provocaron la crisis de endeudamiento, la burbuja, la caída de la tasa general de ganancia, mientras invertían en el negocio de guerra: el síndrome Bush, la crisis del 2008.

Dillinger conoció en prisión a ex banqueros y gentes caídas en desgracia que trabajaron en el negocio de blindajes, transporte de valores, seguridad, cajas fuertes, consignaciones. Hizo escuela, aprendió, estudió táctica y estrategia, como si hubiera estado en West Point. Así que cuando se graduó y salió a conseguirse el sustento, se dedicó en sus ratos libres a robar bancos, y en los otros, a huir.

Era un negocio nuevo, prometedor, rápido, aunque  arriesgado. Los sistemas de seguridad bancaria eran muy incipientes, rurales. Dillinger fue el gestor del negocio antibanca. Es un líder en el ramo. Jefe de gatilleros, un ladrón galante, que siempre respetó al jubilado que recién había cambiado su cheque. Vino para enseñarle a los banqueros, cómo es eso de hacer dinero.

Dillinger le disparó  al corazón del sistema al darle a los bancos. Su negocio abrió el expediente J. Edgar Hoover, que Mann recrea con juicio histórico en sus personajes.  Robar bancos es al capitalismo, como las cruces a los vampiros y la kriptonita a Superman. Secuéstrenle la mamá a un banquero, y le dolerá menos que si se le llevan todo lo que hay en caja. 

El negocio de Dillinger sembró terror financiero, crisis de seguridad, de iliquidez, desencajó los flujos. Creó condiciones para retiros masivos, agitó el nerviosismo pragmático de las acciones, la vida social de los clubes de banqueros y desacreditó a la policía. Y lo hizo cuando USA estaba apenas saliendo de la crisis del 28. 

El asunto llegó a la mesa del anodino Herbert Hoover, que tenía su corazón puesto en la banca. Dijo públicamente que estaban frente al “enemigo público”, cuando Dillinger apenas llegaba a ser el de los banqueros. Buscó a su hermano, una de las más crueles y siniestras criaturas del bestiario americano, J. Edgar Hoover, y le ordenó que, vivo o muerto, le capturase a Dillinger.

El FBI comenzó como un “bloque de búsqueda”  contra Dillinger. A cargo de la operación, Edgar Hoover puso a Melvin Purbis, que con inteligencia, dinero, gatilleros oficiales de Texas, tortura, consiguió atrapar a Dillinger, a la salida de un cine a donde había ido a ver Manhattan melodrama, con Clark Gable.

 La cámara de Mann es nerviosa, tensa, rápida, a veces recuerda los giros de Dogma 95. Un guión nítido, diálogos acerados, sugestivos, rápidos. Mann sabe jugar con el silencio, como recurso rítmico. Ese largo silencio de la primera escena que molesta a Tomás Eloy Martínez. Un sabio montaje, ritmo sostenido, línea de acción bien templada. Y  un amor a primera vista y hasta la muerte.

Dillinger no fue un mafioso. Fue un ladrón que asaltaba a los únicos que tenían dinero. ¿No le interesa invertir en secuestros? le pregunta un mafioso en la barra de un club de bandidos. El secuestro no le gusta a la gente, responde Dillinger, después de pasar el trago. ¿Y qué rayos tiene que ver la gente en esto? Es ahí donde me escondo, respondió él.

 

 

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