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Alberto Rodríguez

Paterson

Paterson

 William Carlos Williams, poeta imaginista de Rutherford en New Jersey, creía que no es la imaginación la que activa la “realidad objetiva”, sino al revés. Gastó años escribiendo un canto al condado de Paterson, donde “funde en concreto” prosa, poesía, collage, prensa, publicidad y citas.

Marvin es el perro de Paterson, un chofer de bus en Paterson, que todos los días conduce el mismo bus, sobre cuyo timón todos los días antes de echar a andar escribe versos. Un hombre bueno, discreto, apocado, casi humilde, complaciente, que además hace poesía. Un personaje de Jim Jarmusch.

Paterson se levanta a la misma hora, conduce el bus todo el día, regresa, saca a Marvin a dar un paseo, entra al bar, se bebe una cerveza con el cantinero, regresa, cena, escribe y se va a la cama con Laura, su mujer, que cose, decora, pinta, dibuja, diseña y quiere aprender a tocar guitarra. Ella reconoce y estima la poesía de Paterson, lo incita a que publique. Él reconoce y estima el trabajo de ella y la apoya con su salario. Un personaje de Jim Jarmusch.

El chofer poeta que trabaja para la artista del diseño, en Paterson, 1963. A partir de ellos y el perro se construye una película de rutina, de repetición, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado…pero que cada día agrega detalles que le dan cuerpo a la trama. Cada día una parte de un poema, unas pocas líneas,  reiteraciones, comienzos, largos silencios. Poemas tan buenos como Paterson. Todo en la escena de Jarmusch lleva a la tragedia que finalmente ocurre el 4 de marzo de 1963. El día que se altera la rutina y Paterson y Laura salen de la casa.

Paterson inexpresivo en la banca del parque. Un japonés se acerca y entablan una conversación que los lleva a William Carlos Williams. El hombre está muy lejos de casa, ha hecho un largo viaje para ver personalmente el condado que Williams dejó en cinco entregas, entre 1946 y 1958. En el trance de la conversación, al borde de los silencios, un tipo de oriente que ha venido a buscar el condado de Williams se encuentra, como si hubiera sido chuleado por el destino, con el poeta Paterson que vive en Paterson y conduce el bus urbano de las ocho.

Tal es el Paterson de Jarmusch, en el que Paterson y el japonés, que busca al Paterson de Williams, se encuentran la misma mañana en que Paterson había pensado ir a comprar un cuaderno. El japonés se anticipa y le dice que tiene un libro para él.

El libro que Paterson recibe está por escribir. Lo que sí ya fue escrito, fue el fragmento de Paterson que Williams incluyó en la parte del “Viento sube”, que Paterson y el japonés conocen:  Dios mío, qué es un poeta, si es que los hay.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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