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Alberto Rodríguez

Sin límites

Sin límites

Que en una residencia de estudiantes de Madrid, se encuentren Salvador Dalí, Federico García Lorca y Luis Buñuel, a principios de los años veinte, es un hecho surrealista, pero cierto. Tan cierto como que Carlos Saura y Paul Morrison, gastaron su talento y el dinero de los productores, haciendo sendas películas para mostrarnos el laberinto afectivo y poético de esos tres hombres, quienes desde la pintura, la poesía y el cine, metieron a España en el siglo XX, y nos dejaron un legado entrañable.

La película de Morrison titulada “Sin límites” del 2008, está demasiado centrada en el enamoramiento admirativo y ambiguo entre Dalí, cuya sexualidad era más ambigua que su método “crítico-paranoico”, y Lorca, cuya homosexualidad tierna e inocente, lo hizo tan odiado para el franquismo como las obras de teatro con que desde La Barraca paseaba por la España anterior a la guerra civil. Una apuesta arriesgada, valiente, quizás suicida. Por supuesto que lo fusilaron por su obra, pero con la intención macha y vindicativa  de los fascistas homofóbicos, que esconden su condición de maricones reprimidos.

Dalí y Buñuel, como todos, querían ir a París. Tenían que ir a París, como Picasso y los artistas españoles, norteamericanos y latinos. El uno y el otro le insistieron a Lorca para que viajara, pero él tenía una misión imperativa, con su obra y su pueblo, recorrer su vieja España con su tablado, sus actores, su poesía.

Dalí y Buñuel rodaron, mientras estaban en París, el Perro Andaluz, la más famosa de las películas surrealistas. Cuando Lorca lo supo no pudo más que sentir que sus dos antiguos amigos le habían mandado un mensaje de amor y desamor, probablemente ajeno a la estética gitana, de quien apenas se acercó al surrealismo francés.  El hombre de mirada profunda y ojos negros, se preguntó ¿Quién más? El de Andalucía soy yo y lo de perro…

El reencuentro de Lorca con Dalí y Gala, quien ya había estado casada con Paul Eluard y Picasso, fue patético. Dali es el mismo afectado y sobreactuado de siempre, solo que ahora ya es famoso y tiene dinero. Su excentricidad apesta, le apesta a Lorca. No obstante le propuso que se fuera con él  a los Estados Unidos. Y Buñuel le rogó que no regresara a su natal Andalucía.

La escena más cautivadora de la película - de fotografía cuidadosa, escenografía pictográfica y actuación honrosa - es la escena cuando Dalí en su estudio se entera del fusilamiento de Lorca. Con su pincel grueso, muy grueso, casi una brocha, salpica la tela de negro puro, insiste con fuerza, con toda la rabia, con todo el dolor del mundo, esparciendo  negro, negro, negro y más negro, y luego la cara, las manos, la camisa, hasta quedar cubierto por el negro del mundo, como la anunciación oscura que destila el dolor por aquel poeta tierno que una vez le leyó sus versos, mientras reposaba su cabeza sobre las piernas del poeta,  a orillas del Mediterráneo.  

 

 

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