Hades: 23-01-1960
La profundidad de las aguas marinas representa los tres miedos ancestrales más profundamente instalados en mí: la falta de aire, la profundidad y la oscuridad. De ahí que me sea tan conmovedora e inquietante la experiencia de dos hombres – Jacques Piccard y Don Walsh – que el 23-01-1960 visitaron el lugar más profundo de la tierra. Medido en 1872 por la fragata de la Marina Real Británica, Challenger, que da nombre al abismo. Once kilómetros bajo la superficie, casi dos más de lo que se eleva el Everest, desde el nivel del mar.
Un descenso a las zonas hadales – más allá de los seis mil metros – dentro de las frías y oscuras entrañas de los dominios de Hades, es lo más sobrecogedor que me podría pasar. El solo imaginar a dos hombres en la entraña del batiscafo Trieste, que los suizos habían ayudado a construir al padre de Piccard, me hiela la medula. Dos hombres que descendiendo a 2.75 kilómetros por hora, en un silencio de lejanos ecos telúricos, con una oscuridad más densa que la del profundo universo, en agujero negro de agua, en el que se ejerce sobre cada centímetro cuadrado una presión mil veces mayor que en la superficie, 110.000 kilopascales.
El descenso comenzó a las nueve de la mañana, cuatro horas después tocaron fondo, en medio del abismo Challenger a 11.034 metros de profundidad. Los dos hombres permanecieron en silencio, prendieron las luces exteriores y vieron un pescado como una línea de treinta centímetros sin ojos que se desplazaba lentamente y un camarón rosado. Esperaron veinte minutos más mientras comían chocolates Heresheys.
Hace un mes, el director de cine, James Cameron, descendió en solitario. Mi héroe marino.
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