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Alberto Rodríguez

La ladrona de libros

La ladrona de libros

530 páginas. ¿Cómo vivió la segunda guerra una familia alemana en el pueblo de Molching? Un acordeonista y su mujer cascarrabias – Hans y Rosa Hubermann - adoptan una niña sin familia y esconden a un judío en el sótano. La novela está narrada por una primera persona discretísima, que apenas si aparece por momentos, aunque su hacer la relaciona con todo, de comienzo a fin. Durante la mayor parte de la novela, la primera persona se camufla en un narrador sobrio, como en el Quijote. Solo que aquí la primera persona es la muerte.

Es una novela de la Alemania pueblerina, durante la guerra. En español no conocemos muchas novelas sobre la vida familiar alemana durante la guerra, tal vez algo de Grass y Boll. Hans es obligado a afiliarse al Partido, al mismo tiempo que esconde a un judío en su sótano y se hace azotar por los soldados, por ofrecer un poco de pan, a uno de los judíos que sacan a trabajar de los campos de concentración. Markus Zusak, el autor australiano de origen alemán, alimentó la historia con la vida de sus propios padres.

Las palabras están en el primer plano. Los libros son un hilo. La niña – Liesel Meminger – se convierte en una lectora, por lo tanto en una ladrona de libros, a pesar del trabajo que le costó aprender a leer, más allá de la edad en que los niños deben hacerlo. Durante toda la novela va a la biblioteca de la casa del alcalde, que en realidad es de su mujer, Ilsa Hermann. Penetra por una ventana, mira entre los libros, escoge uno y solo uno y lo saca subrepticiamente, y cuando termina de leerlo, vuelve por otro. Ilsa siempre supo que Liesel iba a robar. Se volvió tal la costumbre, que entre las dos terminaron dejándose notitas a propósito de los robos.

Se ha dicho que es una novela para muchachos, pero también que es para adultos. Lo primero, por las titulaciones novedosas, los inter títulos, las recapitulaciones, los sumarios breves, los capítulos cortos, los dibujos, los juegos gráficos, los manuscritos. Los libros sobre libros, a los que se les debieron  pintar las hojas de blanco para que sirvieran para una nueva escritura.

¿Pero cuál sería la diferencia si la novela fuera para unos y otros? La cantidad de emoción, la evocación, la familiaridad trasgredida, la familia rota, la pobreza inmensa, los deportes, la música, la lectura, están todas puestas sin alarde, sin artificio, sin resentimiento histórico, sin falsa compasión, en un universo dramático logrado, aún con una minuciosidad, que sin embargo, no resulta empalagosa.

Liesel lee y lee. Encuentra que en la lectura hay una forma de oponerse a la vida, una forma de reconocer que la vida está en los libros, porque la que les ha tocado vivir, casi que no merece vivirse. Todo un pueblo de gente trabajadora, honrada, disciplinada, sometido a la locura genocida de un bárbaro de bigotito, que lo empujó al sacrificio estúpido de una abominable causa, a una guerra inútil. Y que cuando todo se vino abajo, el cabrón se pegó un tiro.

Entenderán por qué no puede ser otra que la muerte la que narre la historia, en su perentoria y circunstancial voz, cuando se acerca como un gallinazo a husmear los cadáveres, o en el distante tono equisciente en el que cuenta la vida cotidiana de la gente de un pueblo en el infierno alemán.

Es cierto, es una novela larga, pero también lo es Harry Potter y Eclipse. Solo que en la Ladrona de libros, en vez  de magia hay libros, y en vez de vampiros hay nazis.    

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