Los Detectives salvajes o el arte de personaje
Los Detectives salvajes: una novela de personaje. Son ellos los que ponen el acento a la circunstancia. Ninguna más fuerte que el carácter de los personajes. Quiero decir, circunstancias dramáticas que le dan a la novela esa intensidad que hace sentir que la realidad no basta, y que por eso existe la literatura.
Una ficción, un embuste de seres desocupados que necesitan de la literatura para vivir. ¿De qué si no vivían los real visceralistas? Solamente cuando Ulises y Belano se van a Europa, y se liberan de la poesía mexicana, y se hacen mendigos, suicidas, prisioneros, asaltadores silenciosos, se le escapan a la literatura. ¿Ulises Lima en compañía de Heimito Künst, no asaltaba transeúntes en Viena para comer y beber? ¿Belano no se fue al África a que lo mataran, como Bierce se fue a México a meterse a la revolución mexicana?
Arturo Belano es un trasunto, como dicen los críticos, de Roberto Bolaño, Ulises Lima, su mejor amigo. Escribían al alimón reportajes de los que sacaban para vivir. Y vivían de la poesía, y un poco del periodismo. Y lo estuvieron haciendo hasta que a Lima le dio por morirse.
La primera y la tercera parte del libro son contadas por un narrador. La segunda – la más larga – es contada por 52 primeras personas que sostienen a Belano y Lima como referencias narrativas. Todos se refieren a ellos, todos están amarrados al camino de los real visceralistas en el exilio, fuera de México, de donde debían salir, pero también de la poesía, de la que también a veces se sale.
Si regresan a México tanto años después y se encuentran con el poeta García Madero es para cumplir la otra parte del exilio, la de la poesía en México. Ir a buscar a Cesárea Tinajero al desierto de Sonora es como Pedro Páramo yendo a Comala a buscar a su padre. Todos están muertos, los estridentistas, los cristeros, los revolucionarios, los real visceralistas, hasta la Tinajero, a la que van a buscar como "detectives salvajes", aunque decir salvajes, quizá no agregue nada al sustantivo. Van a buscar un fantasma, que resulta ser el de una rolliza ex maestra de escuela, de espaldas acorazadas y de casi sin palabras.
Los Detectives salvajes cometen una indelicadeza en el remate, y es hacer que el fantasma de Cesárea Tinajero aparezca de carne y hueso, más real que el fantasma capaz de llegar a la hora del almuerzo. Cesárea Tinajero ya estaba muerta, pero ellos no lo sabían. Y cuando la encontraron, no pudieron más que precipitarla a una última muerte, como si ella hubiera estado esperándolos. ¿Pero quién mató a la autora de un único poema que costó no sé cuántas botellas de tequila, del peor; y de una revista de único número? Ella no tenía que aparecer, salvo que se tratase de un ajuste de cuentas necesario.
Es una novela poblada de humanidad, saturada de carácter, de personajes con alma de personas y dotada de una escritura rítmica, sostenida, que le permite al lector bailar. Hablo de personajes que no se dejan olvidar. La mayor gracia a que una novela de personaje pueda aspirar.
En el 2007 la revista Semana, en lo que llamó un “homenaje al castellano”, le pidió a 81 escritores, editores, críticos literarios, entre otros, de España y Latinoamérica, que hicieran un listado de las cien mejores novelas en castellano de los últimos 25 años. La lista la encabeza el Nobel y lo sigue el flácido Vargas Llosa. Sin embargo Roberto Bolaño recibió más votos que ambos, repartidos entre tres de sus novelas. Las cinco primeras:
El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez
La fiesta del chivo. Mario Vargas Llosa
Los detectives salvajes. Roberto Bolaño
2666. Roberto Bolaño
Noticias del imperio. Fernando del Paso
La foto: corresponde a un grupo de real visceralistas, en donde aparece el mismo Bolaño, en la última fila, tercero de izquierda a derecha.
0 comentarios