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Alberto Rodríguez

La nausea

La nausea

¿Qué es lo que en realidad vomita un anoréxico? Desde luego vomita lo que come, pero más allá de la devolución de una masa - que tranquiliza sin nutrir - se vomita a sí mismo. Se rechaza rechazando un miedo. A los anoréxicos la cultura en occidente y oriente les introdujo una compota envenenada: el temor psicótico a la gordura. El mismo horror que los barrocos sentían por el vacio, lo sienten ellos por la obesidad.

El horror al cuerpo tiene tradición. El horror doctrinario de las iglesias, el islamismo y el catolicismo, por el cuerpo expuesto, por el desnudo, las carnes. Un horror de sabor pecaminoso, que sugiere el horror a la condición corporal del instinto. El horror medieval al cuerpo del leproso, por el horror a la contaminación, más que por un gesto de piedad. El horror al cuerpo tatuado sobre las rudas carnes, que la moral reinante atribuyó a marinos y ex presidiarios. El horror a los enanos, a la desproporción contra natura. La anorexia es el horror cultural más moderno al cuerpo. Es la patología más perversa, porque devuelve al que la padece contra sí mismo. Por eso se vomita.

No conozco anoréxicos, lo cual me lleva a intuir una relación perversa entre patología y género. Las anoréxicas que conozco son criaturas manipuladas, víctimas de la experimentación con el miedo, que se horrorizan con las mujeres de Rubens y Botero, y aman las de Giacometi y las de Bacon. Rechazan el cuerpo generoso, los cuerpos que ofrecen mucho de donde tocar, el esplendor de las carnes feromónicas. Primero muertas que gordas, es su consigna.  

El veneno cultural es un mensaje implícito y explícito: si eres gorda nadie te va a querer. Un mensaje que se condensa en idea fija, y que revela la otra cara del déficit, el temor a no ser queridas. Se teme al cuerpo gordo, más que por la gordura abstracta, por ser la causa de que no me quieran. Un mensaje absolutamente perverso y falso que convierte a la anoréxica en suicida programada.

A las anoréxicas les cosificaron la imagen del cuerpo y el cuerpo mismo, eficazmente retocado por el éxito de las compotas que regalan los medios masivos y la publicidad. Son portadoras positivas del modelo de desnutrición psicótica, que baja los índices de asimilación, los niveles de defensa inmunológica, la eficiencia metabólica. Al haberles introducido la compota, es como si les hubieran programado un dispositivo interno de muerte lenta.

Lo más grave de una anoréxica es que sea consecuente con su consigna. Así se matan a un ritmo más acelerado que el estándar, porque el modelo las induce contra su propio cuerpo. La ingesta ya no se hace para nutrir, es un placebo alimenticio, que intenta frenar con ansiedad la sensación inevitable del hambre. Lo más pavoroso de la trampa es que por huir de la gordura, como de la plaga, terminan matándose.

Cuando Benetton colocó un valla enorme en las ciudades de Europa con la foto de cuerpo entero de una anoréxica semi acostada, la sociedad protestó, protestaron las mujeres, las anoréxicas, la academia, y claro está, los políticos, como hubieran protestado si se mostrara a un niño sudanés muriéndose de hambre bajo un enjambre de moscas, o a una nigeriana víctima del sida, tirada en una estación de bus, o a una afgana mientras es lapidada.

La mujer de la valla era una  flacucha, desteñida, casi verde, esquelética y escuálida. Todos dijeron que era una imagen agresiva. Benetton dijo que era necesario poner de cuerpo entero el cuerpo del problema. La imagen estaba llamando a que los europeos reaccionaran de alguna manera frente a un problema de salud pública, a una enfermedad cultural muy agresiva que se halla en expansión.

Si no nos gusta mostrarnos enfermos, menos nos gusta que nos muestren enfermos, porque tenemos otro horror, al cuerpo que se aniquila, que se auto elimina, que se rechaza a sí mismo, en la tentativa casi desesperada de huir de la imagen amenazante que introdujo una corrompida compota envenenada.

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