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Alberto Rodríguez

Donde viven los monstruos

Donde viven los monstruos

Ana Cristina Restrepo

Maurice Sendak le preguntó al director de cine Spike Jonze, si podía llevar al cine su cuento, Donde viven los monstruos. Recibió como respuesta: “¿Cómo adaptar un poema?”.

Con un presupuesto de cien millones millones (cercano al de Shrek y Madagascar), Jonze partió para el sur de Australia con un equipo de producción de más de 150 personas y creativos arrancados de las márgenes de la industria de Hollywood.

Donde viven los monstruos no sigue el camino de búsqueda/encuentro, típico de los filmes infantiles anglosajones. Max, el protagonista, deja su hogar… pero no en una búsqueda concreta. No hay princesas que esperan. El único motor narrativo son las emociones encontradas de un niño. Durante siete años, el director de cine trabajó en esta oda a los niños necios, rechazada por Universal Studios, y que hoy representa una peligrosa jugada para Warner Brothers. Esta es la historia detrás de la película, un cuento infantil con más de diez millones de copias vendidas en el mundo.  En Colombia se espera su estreno para abril.

¿Adiós a la moraleja?

La prosa y poesía infantil han sido formas de diversión y, a su vez, herramientas pedagógicas y de transmisión de costumbres e ideologías. No es arriesgado afirmar que los cambios y tendencias de cada momento histórico repercuten en la producción literaria dirigida a los niños. A partir de la II Guerra Mundial, el mundo editorial no fue ajeno a la lección que dejaba una Europa semidestruida, el precio del nacionalismo. ¿Es el mundo en blanco y negro? La literatura infantil de posguerra (autores como Roald Dahl y Maurice Sendak) decidió cambiar los personajes políticamente correctos para dar lugar a la diversidad, la moraleja del cuento tradicional bajo un nuevo concepto narrativo.

La valoración de las habilidades intelectuales del niño (en el constructivismo, de Jean Piaget, por ejemplo) y de los vínculos de la experiencia infantil con la vida adulta (Sigmund Freud), redimensionó su importancia como actor social: confiando en su capacidad de lectura independiente, y en su habilidad para establecer una relación interpretativa directa —sin el adulto— con el texto literario.

Existe una conexión a través del tiempo entre tradición oral y literatura, evidente en la religión, mitología y literatura de Occidente, y que la antropología denomina “contraste binario”: el desvelo de una posición moral, a través de la presencia de dos temas o elementos diametralmente opuestos. Bien afirma el escritor español de cuentos infantiles, Fernando Alonso: “… hay un momento en que no se le pide —al autor— ya que haga buena literatura, sino que asuma las funciones de amanuense anónimo o las responsabilidades de maestro y pastor de almas”.

Donde viven los monstruos deja atrás la moraleja clásica y su componente de contraste binario bien/mal, que viaja de Esopo a Charles Perrault, Hans C. Andersen y los hermanos Grimm. Los personajes de Sendak transgreden los comportamientos ajustados a los condicionamientos sociales establecidos por la cultura de este lado de orbe.

Max, pequeño Ulises

Esta es la historia de Max, un niño que vive una fantasía en su habitación. Al comienzo del cuento, el protagonista se la pasa haciendo necedades en la casa. Su madre lo regaña: “¡Criatura salvaje!” y Max le responde: “¡Te voy a comer!”, por lo cual debe ir a la cama sin cenar. Es el relato de los alcances de la imaginación de un niño, encerrado en su habitación, cuyo regreso a la realidad sólo obedece a la sensación de hambre… que es el mismo deseo de volver a su madre. Max viaja a una isla donde viven los monstruos, a los que doma y no teme. Su periplo es el de Ulises, es la odisea de un niño; y la madre de Max representa la figura de Penélope (soñada, anhelada por el protagonista), cuyo acto de espera en lugar de tejer es preparar la sopa para su hijo viajero.

El concepto original del libro presentaba dibujos de caballos. Cuando la editora le advirtió a Sendak que sus ilustraciones equinas no eran de muy buena calidad, el autor optó por monstruos, basados en la caricaturización de sus tíos, a quienes había estudiado desde la adolescencia, cuando viajaba a visitar a su familia, en Brooklyn. Desde su primera publicación, en 1963, Donde viven los monstruos, despertó polémica por el comportamiento políticamente incorrecto de Max, y por las ilustraciones, realizadas por el mismo Sendak, entre míticas, aterradoras y burlescas.

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