Asunto de familia
Trece años en Cali, habla un español seco y conciso. Nativo de Carolina del norte, ha ganado un léxico que le debe haber venido de tanto leer a los colombianos. En su conversación son pocos los adjetivos, está llena de frases cortas, directas, desacuerdos expresos, en medio de un aire fresco de humor sugerido, un tanto contenido. Escribe en inglés, y un colombiano lo traduce al español. El alma filológica de su inglés nativo no le concedió la licencia de escribir en otra lengua. Tim Keppel no es Konrad, ni Nabokov, ni Kundera.
"Me siento un descendiente literario de Anton Chejov. No soy fanático de las fábulas, ni de las alegorías, ni de la ciencia ficción, ni de las historias fantásticas o experimentales. Me gustan las historias que ponen un espejo frente al lector", afirma Tim. En Asunto de familia, lo que hizo fue plantarse ante un gran retrovisor durante tres años, para ofrecernos el reflejo insondable de una historia de amor.
Un amor que en la realidad estaba lleno de repelencias, de alejamientos, de escapes – aún a otro país – en la novela alcanza un progresivo y lento reconocimiento, de Carl a Fran, a medida que ella se va acercando a la muerte y él se va quedando solo. Rehúsa Tim que se piense siquiera que su personaje es una encarnación edípica de la literatura norteamericana de Cali. Asegura, que jamás quiso matar al padre. Y recuerda cómo Harold Bloom, el canonista conservador de la literatura, descubrió el truco de Freud. Haber cambiado el origen shakespereano de su teoría de la culpa, el complejo de Hamlet, por el del Edipo griego.
Asunto de familia tiene un problema, aún tomándose como lo que es, una novela. Para la mayoría de los lectores, la ficción que urde Tim, pasa por ser una biografía laxa, un pretexto biográfico de la ficción ¿o una ficción biográfica? Da la impresión que estuviera familiarizado con la transposición de carácter, a que los lectores se aproximan siguiendo la trama. El problema es que toda transposición personaje/autor, termina sirviendo más al autor que a la novela. Lo último que desearía un escritor. El personaje – Carl – se ha construido sobre el patrón de vida del autor, que se ha dado la libertad de reducirlo a un grado de detalle ficcional, con el que le enmienda un poco la plana a la realidad. Entonces cuenta que hubo escenas, como la de la muerte, cuando Ruth, la humilde mujer que acompañaba a Fran, hizo tomarse a sus hijos de las manos para decir una oración en el momento final. No, así no fue dice Tim. La realidad sugiere lo que el arte muestra. No fue así, la novela lo mejoró, lo hizo más intenso, más brillante.
Poseído de la fortaleza representativa de la ficción, que da su legitimidad de autor, Tim reconoce que un escritor no tiene otro material distinto al que la vida le proporciona para urdir su ficción. Aun habiendo vivido muchas cosas, fue necesario inventar otras. Vino a mostrarnos a Palabras Mayores, cómo el escritor se mueve - en cualquiera de los rangos posibles – entre lo que pasó y lo que no pasó, como la única forma de hacer literatura. Entre ese ¡viene el lobo! ¡viene el lobo! sin que ningún lobo viniese detrás del pastor. Que el pastor haya terminado en las fauces de un gran lobo gris, es otra cosa, sostiene Nabokov.
Es una novela de amor, insisto. Y entonces de poco vale la pena remarcar las líneas y los surcos que marcan las fronteras entre la vida y la ficción, porque el corazón y el sentimiento, donde quiera que hayan de pronunciarse, lo harán sin que importe dónde, lo harán valiéndose del corazón estremecido de un escritor que remueve con suma entereza su pasado. ¿Novela biográfica? A Tim no le gusta la expresión, se declara resistente a hacer algo así. Una novela a secas.
No sé si sea el mejor novelista de habla inglesa de Cali, no conozco muchos. Pero es un novelista que se deja leer con fruición, más que muchos de los que escriben en español.
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