Blogia
Alberto Rodríguez

Los muros se levantan para ser tumbados

Los muros se levantan para ser tumbados

Buckhardt había llegado de Berlín el 6 de noviembre de 1989. Las noticias que traía es que había comenzado el levantamiento en la Alemania del este. No dijo que fueran a tumbar el muro. Durante el 7 y el 8 nos pusimos en contactos con los alemanes en Cali, las negras amigas de los alemanes, con los de la música y la hierba, de tal modo, que nos encontramos el 9, en una casa campestre. Cuando pusimos las noticias supimos que a los alemanes  se les había terminado la paciencia y la habían emprendido a patadas, con martillos, picas y bates, contra el muro de Berlín, el criminal signo del poder soviético. Así que brindamos por wessis y los ossis, y luego dejamos que la música fuera de largo hasta el otro día, a la misma hora en que terminó la guerra fría.

El Poder tiene tentaciones que lindan con lo real. Aunque por su naturaleza irracional sus políticas y ejecutorias son absurdas. Pero no por ello menos históricas. El absurdo convertido en política de los estados encarna como tentativa consumada en la acción de dividir a los pueblos. Separar dos países, aislar culturas, quebrar el comercio, con un muro, una cerca, una pared, una fosa. Parecería algo salido de un libro de Stephen King, o de George Orwell, más que de un gobierno.

Hace 20 años celebramos que después de 27 años en que la Unión Soviética administró un muro de tres metros de alto por 155 kilómetros de largo, para dividir al pueblo alemán, el pueblo alemán lo hubiera comenzado a echar abajo.  Celebramos la caída del muro, como una de las consecuencias de la Perestroika. Celebramos que todos marcharan, que cantaran, que la gente se desbocara por la frontera checa, que atestara Berlín, que se encontraran las familias divididas. Nos encantó haber estado reunidos para celebrar la apoteosis de la caída del imperio soviético en Berlín, a cincuenta años de que las tropas rojas de Stalin entrasen a precipitar la muerte de Hitler.

Ubrecht, canciller este alemán de la época del levantamiento del muro, entre el 12 y 13 de agosto 1961, calificó lo incalificable. Se atrevió a decir que el muro era una “barrera de protección antifascista”. Con una cerca de alambre, al comienzo, se le aseguró al mundo que se frenaría el fascismo. Para ellos, el fascismo que venía de occidente, de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y aliados. Para nosotros, también del que venía del este, el social fascismo, la plaga roja envalentonada, a diez años de la muerte de Stalin. En la Rusia soviética habían inventado una política de campo de concentración para detener el fascismo.

Un pequeño muro en el centro de Nicosia en Chipre, que dividió a las comunidades griego- turcas hasta hace meses, fue echado abajo. Hay otro entre Israel y Palestina, hecho para evitar que los palestinos se pasen a Israel. En el África sub sahariana existe uno más para evitar que pueblos islámicos y no islámicos se encuentre. En Río de Janeiro se ha levantado un muro para separar las favelas del resto. Y entre México y los Estados Unidos se ha levantado otro a lo largo de la frontera, para evitar que los mexicanos se pasen. Todas las excusas que se han esgrimido para el levantamiento de los muros de la infamia, íconos colosales de la vergüenza, han resultado ser costosos y esperpénticos atentados contra la razón misma, monumentos de “asalto a la razón”, completamente inútiles a pesar de haberse  levantado a  nombre de las más nobles causas.

Los muros, todos, los que se mantienen en pie, los que se están terminando, son arquitecturas del horror extremo, que representan la violación industrial de todos los derechos civiles, una escenificación dramática del terrorismo de estado. La noche que celebramos la caída del muro de Berlín en Cali, aún nos seguía pareciendo que había sido obra de un autor de ficción política. Todavía nos cabía más ron, para acabar de aclarar las entendederas y aceptar que estábamos celebrando algo que sucedió para dividir a los pueblos, que aconteció a pesar de todo. Algo que no olvidaremos jamás. Que no olvidaremos para poder recordar – entre otras – a quienes después del muro de Berlín, tendrán que salir a demoler  los muros en pie y los que  todavía faltan.

 

 

0 comentarios