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Alberto Rodríguez

Con su música a otra paz

Con su música a otra paz

                      El último Juan que estuvo antes de Juanes en la Habana, y reunió trescientas mil personas en la Plaza de la revolución el 22 de enero de 1998,  fue Juan Pablo II. El de la sotana blanca no cantaba tan bien como el de la camisa negra, pero también cantaba, y lo hacía por la paz. Un año después de su “concierto” en la Habana, grabó su primer álbum de estudio, producido por Sony International, en el que canta en inglés, francés, español, italiano y latín, mejor que el loro del Doctor Juvenal Urbino. Y que me acuerde, los cubanos del exilio no salieron a las calles a matar la música del papa por haberse dejado usar por el régimen cubano. Ellos, más que nadie, saben que nadie que vaya a Cuba lo evitará, cuando se hace con invitación oficial. El solo hecho de ir es un reconocimiento, aunque oficialmente se diga que es un gesto de buena voluntad para con los pueblos. Pero es que los gestos también se pueden usar. ¿Por qué rayos no se les ocurre pensar que Juanes y Bosé también pueden usar al gobierno cubano?

Una pequeña horda de fanáticos de Juanes asesinó su música en la calle ocho de Miami. Pisoteó con rabia cientos de sus compacts, como si hubiera entendido que por el que  ayer rabió de dicha, hoy es necesario matar. Asesinaron simbólicamente al ídolo, como el asesino de John Lennon lo hizo realmente con el suyo. Los mataron por celos.

Si Benedicto XVI que también canta, mejor que Miguel Bosé, digo yo, le anuncia visita a Raulito ¿cómo decir que no? Que venga y nos cante, también lo hará por la paz. Juanes debería servirle de telonero. A los fanáticos de Benedict, que se cuentan por millones, les informo que se va a dar un lujo que no se ha dado Juanes. Va a grabar su compacto con arreglos de la Filarmónica de Londres, en el mítico estudio de Abbey Road, donde grababan los Beatles. Benedecit ignora el aroma de riesgo que impone la fama, por eso no va a Cuba, y por tanto no exalta el odio católico de los cubanos en el exilio.

A los católicos del exilio cubano les parece que Juanes no debe ir a Cuba. Están seguros que él y Bosé serán un par de bobos útiles al aparato cubano de propaganda, que terminará mostrándolos como amigos de la dictadura. Pero tranquilos, Miguel se encargó de todo, con esa españolísima afirmatividad suya, le dijo al gobierno cubano, por el teléfono, que ni se le ocurriese politizar el concierto. Ellos no se dejarán usar, saben usarse a sí mismos. Al menor intento, recogen bártulos y se largan con su música a otra paz.

Juanes y Miguel Bosé hacen una pareja muy linda. Un dúo de lo más pacífico, casi inane, que va por los países soltando canciones solidarias, que convocan mares de fanáticos, que mueven el mercado y hacen que los medios lleven sus mensajes de paz por el mundo. De cualquier forma los van a usar, pero si no van, tremendo, las cubanas quieren verlos.

No hay derecho a que les dañen la fiesta. Benedict, escucha, dales vuestra merced la bendición al par de muchachos, para que vayan y canten, y se dejen usar, y usen, y hagan felices a la multitud, y hagan gritar a las morochas y a los morochos, y al amanecer se emborrachen en la suit del hotel. Vayan pues en paz.

 

1 comentario

ana maria gomez -

Buen punto Alberto, me gusta tu columna y me encanta que la pusieras en el evento del concierto de Juanes
abrazos