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Alberto Rodríguez

Los desnudos de Veracruz

Los desnudos de Veracruz

        

Sobre la Avenida Juárez, en un flanco del Palacio de Bellas Artes- que pesa 87.000 toneladas y se hunde seis centímetros anuales – todos los días a las diez de la mañana se encuentran los “Campesinos del movimiento de los 400 pueblos”, que protestan desde hace cincuenta y cuatro días, en su última temporada, (comenzaron a hacerlo hace cinco años) por el despojo de sus tierras. 

Algunas mujeres completamente desnudas, indias, cobrizas de pelo negro, se pasean tranquilamente entre los transeúntes, repartiendo octavillas informativas. Los manifestantes desnudos son 130 ese día. Apenas se cubren los genitales con un afiche a color y del tamaño justo, con la foto del Senador Dante Delgado, a quien responsabilizan del saqueo de sus tierras cuando era gobernador de Veracruz.  

Al son de un gran tambor rítmico y repetitivo, avanzan en una danza ritual en la calle; cuando cambia el semáforo se la toman y cuando va a rojo retornan. El tambor no cesa. Llevan pancartas como las de los obreros norteamericanos, textos impresos, adheridas a madera que soportan con parales. Todo el tiempo se mueven. 

El Senador Dante Delgado que apoya a Felipe Calderón, no ha respondido a las demandas de los desnudos de Veracruz. El Senado tampoco. Presidencia no les ha dicho nada. Pero se les respeta el derecho a que vayan todos los días hábiles a protestar. 

Todos los hombres van ataviados con máscaras de caucho que imitan la cabeza de Dante, de Calderón, de Fox y de Salinas. Las máscaras de una dinastía, que según ellos sigue practicando el muy mexicano arte del despojo de tierras. Los veracruzanos han esperado más de quince años para protestar de este modo, primero interpusieron alegatos jurídicos y los perdieron, apelaron a los recursos de ley, pero la ley no ha sido hecha ni por ellos ni para ellos.  

La desnudez con que los seres humanos impresionamos en privado a otros seres humanos, se ha convertido en la esquina de Bellas Artes, en una desnudez sin intimidad, es decir una desnudez pública, que atrae a paseantes, locales y turistas, que les hacen fotos, como a los aztecas que bailan emplumados, también al ritmo de los tambores, en el Zócalo, para una vez terminado el espectáculo pasar el sombrero. 

       

          No es exactamente una celebración corpórea a los dioses, es una imprecación urbana por sus tierras perdidas. (Tal vez una mentalidad demasiado urbana ya no logre comprender esto). Es una advertencia urbana con el cuerpo. Más que la palabra, el cuerpo simple, desnudo, colorido. Lo único, que por cierto, les han dejado. Lo que se celebra con esa desnudez de avenida, ya no es  algo por lo cual el cuerpo se haga más grande, más digno, más sensible. Los cuerpos morenos, despojados urbanamente del erotismo con que se cargaría su exposición en otras condiciones, son ahora instrumentos para sostener un prolongado movimiento monorítmico que escenifica la protesta, reemplazando la voz.  

         

              A la manera de los méxicas prehispánicos que invocaban con la danza, más que con la palabra, la audiencia de sus dioses, estos desnudos de Veracruz  podrían preguntarse: “De manera  que es aquí donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli” (Crónica Mexicayotl).  

              Los cuerpos se han convertido en vallas humanas, soportes de íconos contra los cuales se protesta, instrumentos publicitarios que en su momento produjeron primeras planas, pero que poco a poco se están convirtiendo en un espectáculo callejero, que cuando usted vaya a México, no puede perderse.                     

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