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Alberto Rodríguez

Elegía para un americano

Elegía para un americano

Debo comenzar por confesar que el libro de Siri Hustvesdt me llegó accidentalmente, como una donación. Yo sabía que era la mujer de Paul Auster, lo cual hizo que a mi interés de lector, se agregara una curiosidad de estilo.

La novela comienza con la muerte del padre, que ha dejado un diario, transcrito por trechos en la novela, y en gran parte, literal, del que dejó el padre noruego de Siri, natal de Minnesota. Un comienzo muy a lo Auster: los papeles del difunto padre. Se delata Siri, al improvisar el hilo maestro del argumento en una pista que termina por disolver la tensión. El gran misterio de la novela es una declaración contenida en una nota de 1937, que termina acicateando la morbosa curiosidad de los hijos de Erik Davidsen.Los registros escritos habían puesto en evidencia una conducta oculta del padre de Erik e Inga, que por una curiosidad parental, por husmear el lado oscuro de la historia de su padre, termina revelándolo, no como el villano de la historia, sino como el santo. Vaya historia. Para quienes queremos historias, lo de Siri es un divertimento de circunstancia.

Pequeñas y locales tensiones: la agresión de un fotógrafo, el accidente de Eggy, la llegada a la casa de Lisa, la exhibición de los muñecos de ocasión, la sexualidad desasosegada de Erik, las sesiones con sus pacientes y el embrollo de las cartas a Edie. Pero no hay una tensión fundamental, que conmueva.

Es una novela para la cual Siri se preparó asistiendo a hospitales, clínicas, grupos, aulas, talleres; se documentó en neuropsicoanálisis y utilizó los diarios de su padre. Agradece en el epílogo, al Departamento de Medicina Narrativa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia.

Por supuesto, no es que la novela sea un mosaico de introspecciones dirigidas, o especulaciones de conducta, es una secuencia de hechos bien enlazada, pero que llega a ser tan aburrida, repetitiva, anclada, que deforma la vitalidad de los personajes. Ellos no se resuelven narrativamente en la relación posible entre sí, se resuelven más hacia adentro. Hacia afuera son convencionales, tiesos, hipócritas, taimados, sin ánimo, sin humor. Tienen el trascendentalismo de los de Manhattan y el oscurantismo de los campesinos de Minnesota.

Termina la novela, publicada en inglés en el 2008 – The sorrows of an American - con una reunión donde habrá de tramitarse civilizadamente el asunto de las cartas, al punto que Inga ha alquilado la suite de un hotel. Todos van a sentarse a la mesa, alrededor del marido muerto de Inga, el padre de Sonia, un realizador de varias películas que escribió varios libros, y además dejó unas cartas a la actriz de sus películas, Edie Fly, que durante un tiempo fue su amante.

Es una reunión tonta, sin argumentos, con tensiones vulgares, que termina con la entrada de un detective aficionado, disfrazado de mujer, el enamorado de Inga, un sujeto que siempre suda a chorros y que ha estado espiando a Edie, para conocer el rumbo de las cartas de Max.

Elegía, no tiene tono de comedia, como la hubiera podido escribir Woody Allen, tampoco el tono trágico de Tony Morrison. Es una novela límbica, híbrida, quizás desabrida, sin electricidad. Qué falta de humor y que opaca ironía.

Ser la mujer de Paul Auster no le ha quitado nada a Siri Hustvedt, pero tampoco le ha dado todo.

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