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Alberto Rodríguez

La Habana para un infante difunto

La Habana para un infante difunto

Después de un aplazamiento ¨técnico” -que el Ministro Carrillo del interior, se apresuró a confirmar como problemas con la página web de la mesa - , el lunes se abren las conversaciones regulares entre el gobierno de Colombia y las Farc en la Habana. Presentados los protagonistas en un insípido acto protocolario en Oslo, nos dieron una muestra de talante. Iván Márquez, como si nada hubiera sucedido desde que les tocó salir corriendo del Caguán, con el aire desafiante y poco diplomático de los matones, dijo que “la paz no significa el silenciamiento de los fusiles”. ¿Entonces qué? Humberto de la Calle ripostó, “que el gobierno no se siente rehén del proceso”. Es decir, que por el lado de las Farc no podemos estar seguros de que el conflicto armado se vaya a terminar, independientemente del resultado de las conversaciones. Y por el lado del gobierno, aprendida la lección del Caguán, si la cosa no funciona en un plazo – que no se sabe que tan largo o corto sea - se levanta de la mesa. Los primeros asumen que las conversaciones serán largas, los segundos  quieren que sean cortas. Habrá que reconocer que si van a discutir el “modelo” de país, la propiedad agraria, la ley de restitución, el modelo económico, la inversión, las Farc en el primer round, se muestran más realistas.

Un mal comienzo que no da lugar a la esperanza. A pesar de que en las encuestas una buena parte del país tiene una sana expectativa respecto a la iniciativa para poner fin al conflicto, el 53% de quienes opinan, no creen que la cosa llegue a buen puerto. Se gastaron más de seis meses en los encuentros preliminares, acordando la agenda, los términos, los alcances, las limitaciones, la reserva de la confidencialidad, la unidad de las declaraciones. Y sin embargo, cuando aparecen públicamente, dan el espectáculo deplorable de falta de unidad de criterios. Trampas y cascarazos de las Farc, ante las que el gobierno debió ponerse intempestivamente a la defensiva. La confidencialidad siempre tiene doble filo, y más en una mesa en la que a pesar de todo, son dos tramposos los que se citan. Es un mal comienzo, que desearía que tuviera un buen final. Un acuerdo de “viernes santo” que haga callar los fusiles de lado y lado.

Todo indicaría, según la hipertrófica e hidrocefálica agenda de las conversaciones, que no se van a poner de acuerdo. ¿A quién coños se le ocurre que en una mesa convocada para poner fin al conflicto armado, se pueda discutir el modelo? Si se va a discutir el modelo neoliberal agrario, tendrá que discutirse el modelo de la toma militar del  poder. Las conversaciones se harían tan largas y aburridas que terminarían siendo olvidas por todos, mientras en Colombia los fusiles siguen disparando.

El modelo hay que discutirlo en una constituyente, en unas elecciones, en las comisiones constitucionales, con la sociedad civil metida en la conversación. El objetivo presente, son los términos aprobados por consenso para finalizar el conflicto militar. El conflicto político no se resuelve en La Habana. Ese queda vivo, para que sea todo un país el que pueda meterle la mano a la mesa.

 La perversidad de la agenda es ser una agenda para el post conflicto.  Consecuencia y no principio. Y se gastaron seis meses en las conversaciones preliminares.

¿Podrán ponerse de acuerdo en el punto de narcotráfico? Ninguno de los dos ratifica y legitima una posición anti narcotráfico creíble, la legalización. El narcotráfico es un palo aromático que se le atraviesa a  la rueda de las conversaciones.

No sería lo que quisiéramos, pera tal como van las cosas hasta 24 horas antes del inicio, las partes estarían condenadas a más de cien años de soledad. La cola de marrano de la agenda y el conejo que una vez más se le pone al país.

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