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Alberto Rodríguez

Hacer justicia aunque se caiga el cielo

Hacer justicia aunque se caiga el cielo

 Nunca se sabe exactamente si el nacionalismo es el comienzo o el fin de una canallada. Pero con seguridad de él se puede esperar lo peor. Después de un proceso judicial de once años en la Corte Internacional de la Haya, se dirimió el conflicto fronterizo en el Caribe occidental entre Nicaragua y Colombia.

Colombia se quedó con San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con los callos, los islotes y sus doce millas por derecho. Perdió 75 mil kilómetros de aguas que se le concedieron a Nicaragua y que el Alba celebra. Los resultados son peores de lo que el nacionalismo había previsto, el nacionalismo siempre lo quiere todo.

La Canciller Holguín cifró sus expectativas en un fallo salomónico. Es decir, si a la criatura la van a dividir, la verdadera madre preferirá entregarla a que lo dividan. Ahí tienen su fallo salomónico. ¿Y cómo responden en el Congreso, la Presidencia, las Cortes  los Ministerios? Como si se tratara de un estado de matones, que desconoce un fallo al que están obligados, como país signatario del Pacto de Bogotá.

El Pacto de Bogotá (Tratado Americano de Soluciones Pacíficas), se suscribió el 30 de abril de 1948 por quince países reunidos en la IX Conferencia Panamericana en Bogotá. La Canciller nunca había hablado del asunto, antes del fallo, del que había anticipado que no concediera todas las reclamaciones colombianas. Así que el anuncio destemplado de salirse del Pacto, es un acto bravucón, torpe, poco político, innecesario. Nadie puede salir a decirnos que se renuncia a un pacto de soluciones pacíficas. Es nos hace ver, peor que Ortega.

La Corte de la Haya es tan imperfecta como inapelable el fallo. Es una corte sujeta a manipulaciones, presiones políticas, como todas las cortes. Nada tiene de raro que el fallo no sea del todo consistente, contenga omisión de pruebas y no haya tenido en cuenta los tratados. Pero aún así, cuando se acepta ir a sentarse con el querellante a la Corte, se le acepta legitimidad y probidad, no de otra manera se le confiaría mediar con poder jurisdicional en una cuestión de territorialidad nacional. En consecuencia la única conducta procedente es aceptar el fallo.

Desconocer el fallo de La Haya y amenazar con salirse del pacto de Bogotá revela el lado matón del Estado. El mismo matonismo de la cultura mafiosa que solo acepta fallos a favor, que no acepta un no como respuesta, para la que todo vale,  a nombre de las mejores causas, el nacionalismo, o la unidad nacional.    

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