Maricones eminentes
Jaime Manrique Ardila es un escritor barranquillero nacido en 1949 que se fue a vivir a USA hace muchos años. Es un escritor colombiano que escribe en inglés. En 1979 -Carlos Valencia Editores- publicó un cuaderno grueso titulado, Notas de Cine. Con un subtítulo:”Confesiones de un crítico amateur”. Tenía entonces 30 años. Contiene casi veinte artículos sobre cine y cierra con una “iniciación al cine fantástico”. Y nos inicia, pegado de la interpretación de Danilo Cruz, de la transcripción de Platón, del diálogo entre Sócrates y Glaucón, en el que Sócrates inventa el mito del cine, antes de inventarse el cine. Nada se parece más a una sala de cine, que la caverna platónica.
En 1999 se publica Maricones Eminentes, título que inspirado en el libro de L. Strachey, Victorianos Eminentes, le sirve a Manrique para referirse al “expediente homosexual” de sí mismo, de Manuel Puig, de Reinaldo Arenas y de Federico García Lorca. En seis capítulos Manrique se adentra en la vida, la obra, el dolor, la personalidad de cuatro hombres que aman a los hombres. De la inmensa dificultad para llegar a ser lo que son, en cada una de las cuatro sociedades que los maltratan por ser minoría en el arco de costumbre moral de una sociedad heterosexual hegemónica, que los declara en estado contra natura.
Manuel Puig, dice Manrique, es el hombre más afeminado que conocí. Al referirse a sí mismo, siempre lo hacía en femenino, como “esta mujer”. Era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre que tenía en los ojos el efecto “Bette Davis”. Esa contrariedad que “la” contraponía con el sujeto de deseo, el “oscuro objeto del deseo”. Todas las dificultades de Puig se tranzan en la de los personajes en sus novelas, hasta el éxtasis que consigue con la Mujer Araña.
Reinaldo Arenas no podía ser afeminado, a su condición de homosexual, el régimen cubano respondía judicializándolo y condenándolo. Una homofobia estructural, equiparable a la judeofobia estructural del nazismo. Por su puesto, la virilidad Caribe, las hormonas, el calor de la sangre cubana, no hacían más que delatarlo. Llegó a meterse sin saberlo, con encubiertos de inteligencia que husmeaban en las costumbres sexuales de los cubanos. Cuando llega a USA era un hombre completamente derrotado. Fuera de Cuba ya no podía ser más que un enfermo, en todos los sentidos. Terminó suicidándose con una manotada de Seconal que pasó con Chivas Regal.
Federico García -cuyo primer amor, imposible desde luego, fue Salvador Dali- es un homosexual al que la sociedad falangista proscribe y termina asesinando por su doble condición de socialista y maricón. No va a ser hasta su viaje a Nueva York, donde caminó por donde había caminado Whitman, cuando emerja de él un poeta nuevo, un Lorca más cosmopolita y menos gitano. Y no va a ser, hasta su temporada en La Habana, una répilica americana de las temporadsa de Wilde y Gide, en Marruecos, que emerga su homosexual. Una noche se encontró con Porfirio Barba Jacob.
Y Jaime Manrique, un maricón colombiano que despierta en una sociedad como la de Barranquilla, donde la única forma de ser homosexual era ser loca. Un hombre que siempre fajó a su homosexual y apenas lo liberó en muy pocas circunstancias estrictamente privadas. Conoce personalmente tanto a Puig como a Arenas, y en cualquier caso figuraría en una biografía de ellos. Y entra en contacto con Lorca, a través de un hombre que en 1928 tuvo una noche de amor con Federico, antes de embarcarse a Nueva York.
Un libro de una honradez biográfica y una transparencia que hieren. Una escritura de la más pura estirpe del periodismo literario. Por entre la sexualidad agredida de los escritores y su obra, el libro refiere el camino difícil de esa naturalidad diversa, que siempre ha querido ser reducida a la homogeneidad de los que dominan.
Maricones eminentes, o de cómo lidiar con la literatura en el closet.
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