Azúcar
Las familias de siempre, dueñas de las tierras donde se cultiva la caña en el Valle del Cauca, descendientes de terratenientes, acomodadas en el diario vivir de la renta agroindustrial y enquistadas en una economía endogámica que gira alrededor del problema dinástico de la sucesión. Igual que en las piezas de Shakespeare. Dulces rentistas conservadores y católicos, que antes se ponían al frente de la producción, y hoy alquilan sus tierras a los ingenios. Estamos en los años sesenta y como en cualquier serie familiar, la familia es el centro de la historia. Azúcar: una familia blanca y propietaria, cruzada por la maldición de una negra. El motor en las dos versiones que se han hecho, es el poder de los esclavos.
Si yo fuera un rentista vallecaucano de la tierra, un azucarero por herencia, emparentado por tradición familiar con el negocio, convendría que si somos como nos pinta la serie, nadie tiene el derecho de convertirnos en material para el espectáculo de televisión que está pasando RCN, desde hace cuatro meses. Siento que me están mostrando a mí, a los de mi familia, a mis ancestros, sin falsearnos. Lo que me molesta mucho más que si lo hicieran. El argumento de que es una caricatura dramatizada no solo no disuade, las caricaturas trágicas suelen ser muy agudas.
Azúcar nos muestra como a unos tontos endogámicos y arrechos capaces de traicionarnos en familia por la propiedad, el hilo social de toda la historia. Las mujeres, o son perversas sin contemplación, buenas e inútiles, brujas o esclavas.
Nos muestra racistas, prendidos a las faldas del cura, corrompidos hasta con nuestro negocio, manipuladores, indolentes, traicioneros, ingenuos, malos administradores, obsesionados por la sucesión. Más reproductivos que productivos. Una ristra de uniones prohibidas y forzadas, de las que vienen los hijos negros y blancos, que se cruzan en toda la historia, desde la noche en que el Manuel María Solaz engendró un hijo en la negra Sixta. Negros y blancos copulan entre sí, tal vez lo más democrático.
Ya una vez, años atrás, la serie se había transmitido, dirigida por Mayolo, al que hubo que aguantarle todas sus perversidades, porque era Mayolo.
Estoy convencido que nunca la TV se había solazada tanto a costa de nosotros los rentistas de la caña. Es una fotografía demasiado cruda, tendenciosa, de la vida privado de una familia de familias. Se metieron con nuestras familias, con la tradición, con lo más sagrado. De alguna manera los medios nos han convertido en una especie de hazmerreir cultural. A nosotros que no hemos hecho más que crear riqueza por generaciones. Y se supone que debemos estar agradecidos porque la serie es una promoción de un canal nacional, del Valle del Cauca.
Si la producción de la serie hubiera estado en manos de un surdo, de esos que hacen cine tendencioso, con seguridad nos habría mostrado con menos saña que RCN.
Por favor alguien que hable con los Ardila.
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