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Alberto Rodríguez

Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia

Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia

En un comentario que publicó en FB, Carolina Sanín, destruyó la película, con meticulosidad y sevicia. Sin duda, nunca ha querido ni va a querer a Raúl González Iñárritu. El mexicano no es de sus afectos, su cine le parece una bazofia, y él le parece un arribista, trepador, que se asimiló a Hollywood, para que le dieran un premio.

Habló tan mal de la película, que me dan ganas de hablar bien. Lo primero que salta a la vista es la lenta y consumada transformación de un director mexicano, en un director norteamericano. Así lo vio la academia. Ahora solo es Inárritu, porque el González suena a latino. Del cine independiente que hacía cuando era un director mexicano, su cine se volvió chic, se ha hecho un director demandado en Hollywood. Un producto fríamente calculado, una máquina de hacer dinero.

La historia de Birdman y el viejo actor que no se resigna al retiro, refugiándose en un viejo y laberíntico teatro, no está del todo bien contada. Debería haber sido Birdman, Birdman, no como una alegoría titiritesca, un espantajo emplumado que aparece como un fantasma o una alucinación de efectos especiales. Birdman, el hombre tras el pájaro. La primera parte. Y la segunda, la locura de montar una historia de Raymond Carver, la locura histriónica, la locura de reparto, la locura de la improvisación, la locura financiera, la locura del preestreno. Pero el guión no puso el foco en el dramatismo del montaje de la obra, una historia  desafortunada de amor, como todas las buenas historias de amor, que salió del cuento   ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? En el que una mujer cuenta que antes de vivir con Mel, vivía con un hombre que la amaba tanto que había intentado matarla. Luego cuando ella se le fue, el hombre hizo dos intentos de suicidio. Todo un drama como materia para el drama de la recreación teatral, pero del otro lado, en el laberinto de la película, el drama del actor con su ex mujer, la hija, el abogado, el coprotagonista. Sin duda, le quedó mejor el revés, que el envés.

Lo del pájaro es muy pobre. La última escena no podía ser más que lo que fue, al revés de la primera, que quiso más la originalidad efectista, que la última escena del actor metido en la armadura del pájaro. Ante lo plausible de un suicidio, aunque suene a lugar común, siempre se mira hacia abajo, pero si no hay cuerpo tirado, se mira hacia arriba.

Una película  que termina en levitación es una película de final feliz. Y tal vez, después de haber desaprovechado la historia de Birdaman, que lo más seguro sobraba, de haber vuelto un amasijo de circunstancias conflictivas la representación de la historia de Carver, no quedaba más que un final feliz.

Una extraña película para cuatro Óscares, un extraño director para su propia película. Un actor que resucita: Michael Keaton. Gonzales Inárritu levitando bajo los cielos de Hollywoodland.

 

 

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