Los urabeños
Ya quisieran los uribeños tener el poder de los urabeños. Los “zetas” colombianos. Como respuesta a la muerte de uno de los Úsuga, que se hacía llamar Giovani, y que actuaba como jefe de los Urabeños, ellos invitaron cordialmente a parar actividades, entiéndase, al comercio, la actividad que mueve dinero. Así que los comerciantes, los tenderos, los transportadores, los descargadores, sin más, aceptaron la invitación y paralizaron Urabá, Córdoba, Sucre, Magdalena y Guajira durante 24 horas.
El aparato paramilitar, si bien hubo desmovilizaciones, aunque no sabemos exactamente cuántas efectivas y cuántas simuladas, jamás se desmontó. Más el hampa necesitada de trabajo y la inversión de capital mafioso, han dado como resultado una organización criminal, que no necesita ningún tipo de discurso para justificarse. Organizaciones que no se justifican, como sí las guerrillas de Timo, o las AUC de Castaño. Ahora tenemos aparatos militares mafiosos, hordas asesinas que defienden el territorio, como una forma de defender el negocio, las rutas, los accesos, los puertos. El negocio a secas.
El gobierno ha intentado minimizar el efecto de la convocatoria de los Urabeños, el efecto social, la parálisis a causa de una invitación cursada a los comerciantes, a quienes vacunan y extorsionan, en lo que vendría ser un impuesto más costoso y efectivo que los impuestos comerciales y de catastro. Actúan como un para-estado que convoca, que grava, que amenaza, que ejecuta, que recauda, que ajusticia.
Es mucho más grave el fenómeno de los Urabeños, que el de las llamadas repúblicas independientes de las Farc en los años setenta. La sola idea de que hubiera alguien capaz de disputar el dominio territorial, llevó al gobierno de entonces a una campaña de aniquilación que borró la tentativa de independencia.
Una guerra de proporciones continentales se ha iniciado. De un lado brazos armados en México – el Golfo, los Zetas, Sinaloa –Guatemala, Honduras y el Salvador, y por abajo, Perú, Venezuela y Colombia haciendo de bisagra geopolítica. Y de otra, unos gobiernos débiles, unos gobiernos cómplices, unos gobiernos que no están dispuestos a promover en bloque la legalización.
Como cruzados suicidas, de Zetas a Urabeños, todos están dispuestos a defender el negocio, cueste toda la sangre, toda la plata y todas las armas del mundo.
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