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Alberto Rodríguez

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

El Espectador

Hace algunos años, Nicholas Carr escribió un texto con un título estridente, casi incendiario: “Is google making us stupid?” (¿Nos está haciendo estúpidos Google?). El ensayo, publicado en la revista Athlantic, reflexionaba sobre la manera en que internet ha modificado (y continúa modificando) nuestras mentes: nuestra manera de pensar, nuestra manera de percibir la información, aun nuestra manera de actuar. En aquel entonces, Carr acudía a la experiencia propia para explicarlo: “Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando mi memoria. Mi mente no se está yendo —al menos que yo sepa—, pero está cambiando”.

Carr amplía y profundiza esas reflexiones en The shallows. What the internet is doing to our brains? (Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?), libro que la editorial Taurus editó en Colombia. El escritor norteamericano, acaso uno de los pensadores más agudos sobre nuevas tecnologías, parte de una premisa fundamental: la disolución de la mente lineal.

Para ello, en un prólogo que tiene mucho de ensayo histórico, Carr desmenuza la idea central de Comprender los medios de comunicación: las extensiones del ser humano, aquel libro-frase de Marshall McLuhan. Un coro, en todo caso: el medio es el mensaje. “Lo que se ha olvidado en nuestra repetición de este aforismo enigmático —escribe— es que McLuhan no sólo estaba reconociendo (y celebrando) el poder transformador de las nuevas tecnologías de la comunicación. También estaba emitiendo un aviso sobre la amenaza que plantea este poder, y el riesgo de no prestar atención a esta amenaza”. Sin embargo, “ni siquiera McLuhan podría haber anticipado el banquete que nos ha proporcionado internet: un plato detrás de otro, cada uno más apetecible que el anterior, sin apenas momentos para recuperar el aliento entre bocado y bocado”.

Desde luego, la disolución de la mente lineal viene precedida de otra realidad: la neuroplasticidad. Es decir, la idea de que el cerebro no es un órgano inmutable, que se cierra definitivamente en la adultez. La afirmación opuesta fue durante mucho tiempo una herejía en el mundo científico: que el tejido nervioso puede cambiar, adaptarse, que —como escribió el psicólogo británico J.Z. Young, citado a su vez por Carr— “parece dotado de un extraordinario grado de plasticidad”.

Fue el médico Michel Merzenich quien, tras varios experimentos, lo confirmó: el cerebro responde, se adapta, se reestructura, está sometido a cambios, todo en función de nuevos estímulos, de nuevas disposiciones, de nuevas máquinas.

Carr cita un ejemplo pertinente: aquejado por problemas visuales, Friedrich Nietzsche decidió hacerse a una máquina de escribir (una Writing Ball Malling-Hansen). En poco tiempo, el filósofo alemán fue capaz de escribir con los ojos cerrados. “Pero el dispositivo —dice Carr— surtió un efecto más sutil sobre su obra. Uno de los mejores amigos de Nietzsche, el escritor y compositor Heinrich Köselitz, notó un cambio en el estilo de su escritura. La prosa de Nietzsche se había vuelto más estricta, más telegráfica. También poseía una contundencia nueva, como si la potencia de la máquina […] se transmitiera a las palabras impresas en la página”.

Internet, diría Carr, es esa Writing Ball Malling-Hansen: nos modifica, nos cambia el estilo, los hábitos, el sentido; dobla nuestra neuroplasticidad, que a veces “impone su propia forma de determinismo a nuestro comportamiento”. “No pienso de la forma que solía pensar —afirma Carr—. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando vastas extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos”.

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