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Alberto Rodríguez

A este lado del jardín

A este lado del jardín

Un buen recurso para escribir un relato es barajar distintas opciones en el diseño de la trama, antes de que el texto se case definitivamente con una. La variedad es tan buena como en la cocina, por la aromática razón de que en los cuentos como en las salsas, es el punto el que pone la calidad (en ambos casos, los ingredientes han de ser de primera).

Tenemos una versión de medios - burda e incompleta -, antes de que se conozca la verdad procesal de los hechos. De ella derivará la condena o la exoneración de Fabio Naranjo, el protagónico masculino, por la muerte de Matilde, la protagónica. La versión del relato, está a mitad de camino, entre la versión de los medios y la versión procesal. No será la una ni la otra, así se escriba ahora o después del proceso.  Tenemos, entre manos, una historia que suena demasiado truculenta en la ficción, y demasiado truculenta en la realidad.

Sé que hay varias hipótesis - hablando del tema de relato – acerca de por qué se siente más repugnancia por la depravación matricida, que por el parricidio. Pero no es el asunto ahora.

Un zapatero católico de 46 años, legalmente casado, padre de una niña de cuatro, se va con su madre a vivir a España. Allí conoce a una mujer de la que se prenda, lo que despierta celos y profundas molestias en su madre. Regresan a Colombia. Un día sostienen una discusión agria, estando solos en casa, y él termina asesinándola, o ella suicidándose, o muriendo accidentalmente. Así que como quiera que haya sido – una buena aplicación de la ley de la variedad en el relato -  el zapatero acerca un barril metálico de los más grandes, hace una mezcla de cemento en el patio, la descuartiza y la introduce por partes. Luego forra el barril en cemento prensado. Deja secar el contenido del barril y lo empotra en un carro de perros calientes que guarda en un parqueadero. Catorce meses después, el olor delata el desconocido contenido del barril macizo, así que el zapatero lo saca del parqueadero y lo lleva a su casa, y en la noche va a dejarlo por donde el carro de la basura pasa. Como no era basura usual, algunos vecinos sospecharon – podría ser una bomba – así que dieron aviso a la policía, que llegó cuando el zapatero arrastraba el barril que iba esparciendo un delicado  aroma criminal. “En la caneca está mi mamá”, fue lo que les dijo.

Cuando Matilde desapareció el zapatero encabezó la comisión de búsqueda. Pero pasó más de un año para que viniera a aparecer, la tarde en que la sacaba para que el carro de la basura se la cargara. Cuenta el hermano del zapatero, que pocos días después de la desaparición, recibió una llamada en la que le pedían cien millones de pesos para devolverla. El día en que Matilde Murillo Gómez murió, debía hacer un pago alto, para cubrir una deuda, que no alcanzó a saldar. Del dinero no se sabe nada.

Como no hubo flagrancia, ni había orden de captura, Fabio Naranjo fue dejado en libertad. Cuando le preguntaron por qué lo había dicho, el zapatero se limitó a decir: porque era una mujer suela.    

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