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Alberto Rodríguez

Del amor y otros demonios

Del amor y otros demonios

Pareciera que Gabo está condenado a cien años de soledad en el cine. La maldición de la adaptación de sus obras, se repite con la película de Hilda Hidalgo, la joven realizadora costarricense, basada en la novela.

Parecería que el talento de un realizador, no es el único motor que es capaz de conmover al espectador. Lo digo, para dejar por fuera de comentario, el talento de la joven directora, estudiante de Gabo en San Antonio de los Baños.

La historia original tiene demasiados ángulos, demasiados matices, demasiados conflictos implícitos y explícitos contenidos en las largas y teologales discusiones entre Cayetano Delaura y su superior, las de aquel con Abrenuncio, en donde casi a la manera de Yourcenar - en Opus Nigrum -  se ventilan dramáticamente dos concepciones del mundo, que la película apenas si araña.

Los demonios que rondan el amor imposible de Sierva María y Cayetano, tienen un trasfondo denso de deseo, fe, conflicto, miedo, que la película en vez de desarrollar, simplifica, y casi que resume.  Pone en escena la línea gruesa, la sinopsis visual de la niña mordida por un perro, presumiblemente con rabia, que se convierte en un hecho de posesión, que abre la puerta para que la Iglesia intervenga.

La película es demasiado económica en términos narrativos, demasiado sobria, demasiado fácil, demasiado discreta. Económica en el diálogo, en las locaciones, en la escenificación y sobretodo en la magnitud del conflicto. La joven actriz que representa a Sierva María, físicamente responde a ese aire, seguramente buscado en el casting, de virgen de renacimiento, más que de indómita hija del marqués de Casalduero, criada por los negros. Pero aún no ha aprendido a hablar en el cine. 

La película intenta hacer que los personajes no hablen como en el libro, sino más bien a la manera como deben hablar en el cine, pero lo que consigue es empobrecer su dimensión, su densidad, su pasión, su conflicto. Todos son personajes demasiado escuetos, a medio hacer, que no alcanzan a elevarse por encima de una teatralidad más lograda para las tablas que para el cine.

Toda la inconveniente economía narrativa, no sé hasta dónde subordinada a la economía de la producción, hizo de la adaptación, más que un ensayo narrativo audiovisual, un buen resumen teatral. La escenificación es plana, lavada, aunque compensada en otro sentido, por una aceptable dirección de fotografía, que se complace en exceso con los primeros planos, en el juego de los claroscuros, y en el intento de montar escenas pictóricas.

Es demasiado económica y liza la película respecto a Cartagena, que como escenario, resulta pálida, mostrada por los laditos. La escena del mercado donde Sierva María es mordida, es tan pobre, tan deliberadamente fugaz, carente de poesía, sin brillo en la puesta en escena, sin elaboración de contexto, que resulta muy por debajo de lo que se consigue con la Cartagena, de Florentino Ariza, la otra realización que estrenaron el año pasado. El espectador no podrá ser conducido a la Cartagena del XVIII, que en el libro, es tan calurosa, tan olorosa, tan matizada, tan contrastada, y que en la película parece de cartón.

Seguimos pendientes de un guionista y un director, que alguna vez en la vida, estén a la altura en el cine, de la altura a la que Gabo hizo llegar sus historias en la literatura.

 

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