Metidos en honduras
El derrocamiento de Mel – alias Manuel Zelaya – por las Fuerzas Militares, con el auspicio de las Cortes y el Congreso de Honduras, pone al modelo democrático, en el que se amparan todo los Presidentes del continente, en honduras insalvables.
Zelaya es un bandido del poder, que se quiere atornillar, como todos. Ha metido sus manazas en los negocios ejecutivos afectando a los otros poderes, desconociendo órbitas, jugando sucio, como se juega en las democracias occidentales. Y ha permitido que Chávez meta las suyas, untadas de petróleo.
Mel pidió que le alcanzaran su texano, salió calzando las botas de culebra, al mando de un batallón civil para mover las cajas electorales del referendo. Ahí fue el comienzo de su exilio.
Con el amparo del voto, los rancheros, los generales, los socialistas, los peronistas, todos, se aferran al poder de una manera casi paranoica, amparados en esa espesa legitimidad que proviene del hecho electoral. Detrás de cada elección puede encubrirse un infierno de violaciones al derecho, de trampas a las reglas del juego, tal como ha pasado en Colombia y Venezuela.
Pero los demócratas estamos contra todo golpe de estado, reconocemos a Mel, exigimos que se lo restituya. Coincidimos en que las reglas son inviolables, algo que debe funcionar para la democracia tanto como para la mafia. En ningún caso en el esquema democrático es aceptable un golpe de estado. No hay nada que lo justifique. No se puede tolerar, no cabe ninguna excepción.
La condena ha sido global. ONU, OEA, Comunidad Europea, BID, y todos los gobiernos democráticos. Mel es un pillo democráticamente trepado y democráticamente aferrado que busca atornillarse democráticamente. Así que lo que debería hacerse es juzgarlo con y dentro de las reglas del juego democrático. Pero la constitución de Honduras es tan democrática, que no prevé ningún mecanismo para juzgar al Presidente. Mel enfrenta 18 acusaciones, incluyendo narcotráfico.
El asunto es la defensa de la regla por encima de la actuación. La regla es inviolable, y aunque se la viola en la mayoría de los casos, es la que los sostiene a todos, amparados en la inefable legitimidad de las urnas. Urnas que en Colombia, durante los dos períodos de Monseñor Uribe Vélez, se han llenado con votos impuestos por el paramilitarismo.
Hoy – cinco de julio - Mel quiso regresar a Tegucigalpa. Su avión que venía de Washington no pudo aterrizar, aviones de caza hondureños le informaron que no podía ingresar. Los zelayistas y los anti zelayistas se encontraron en el aeropuerto. El ejército disparó. Hubo un muerto. Mel debió regresar, sin tocar tierra a Managua, para encontrase con Ortega. Y un par de horas después ya estaba en San Salvador – ahí va el exilio – en donde fue recibido por Mauricio Funes. Luego se encontró con la Señora K, con Correita, el prolífico Presidente Lugo y el Canciller venezolano, que lo acompañaron a la mesa de prensa.
El muerto del aeropuerto de Toncontín inflamó los argumentos en defensa de Mel. La Señora K no lo habría podido decir mejor: no estamos aquí por la defensa del Presidente Zelaya, estamos aquí por la defensa de todos nosotros.
Mel se dejó su texano blanco para hablar. Comparó su gobierno democrático con el gobierno de facto de Micheletti, lamentó la masacre y dijo haber sido expatriado. Llamó a cerrar filas por un modelo civil de convivencia que destierre para siempre el uso de la fuerza. Cinco días atrás Hugo Chávez había dicho en una declaración, que si llegara a ser necesario, Venezuela intervendría militarmente en Honduras.
Antes de que lo echaran, su popularidad estaba en el treinta. La mayor parte de periodistas independientes han coincidido en que son más grandes las marchas contra Mel que las promovidas a su favor. ¿Cómo podemos conciliar democráticamente, el hecho de que el Congreso, las Cortes, las Fuerzas Armadas constitucionales y al menos la mitad de la sociedad civil, necesitan que Mel se vaya y no regrese, con el hecho de la defensa cerrada de las regla del juego?
Como quiera que pudiera ser, lo que queda en claro es que los Presidentes reeleccionistas que quieran utilizar los Congresos, presionar a las Cortes, usar inconstitucionalmente a las Fuerzas Armadas, y que en el intento fracasen, al menos contarán con el apoyo de los presidentes socialistas de América Latina.
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