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Alberto Rodríguez

Hay que cantar

Hay que cantar

Hernando Aldana

                    A punto de dormirme me encontré uno de esos programas carnudos de Film & Arts, sobre la música, pero escuchada desde la condición de protagonista y no de la de ser un simple escucha. No solo tener una CDteca, PM3teca o IPOteca, sino el acto físico, emocional, de producir notas, de usar el pecho como medio y  caja de resonancia,  desempolvar las cuerdas vocales, pero sobretodo desempolvar el espíritu y la caja de cuerpo.

                   Cuerpo y espíritu, un par que nunca estuvieron  separados y que hoy afortunadamente no se distinguen en la línea punteada de la zona limítrofe. A nadie que tenga una mediana información, se el ocurre pedir pasaporte para ir del uno al otro.

                En un correo tuyo del 20 de diciembre, oí a Carmina Burana. Y te acordás de mis ingentes esfuerzos por afinar la voz y cantar como tenor, porque te decía entonces, a mediados de los ochenta, que había que cantar, desde esos cantos del siglo XIII ensamblados en el XX, por un  profesor de música que sostenía que nuestra primera aproximación a la música era rítmica, es decir, cardiaca. La música del corazón,  el primer sonido acompasado que escuchamos con gran fidelidad y consistencia en la ingravidez del útero. Una forma de decirnos que la música la podemos hacer todos, que los goliardos se embriagaban en las tabernas -cuando sumus in taberna- para cantar y espantar el miedo al mundo que estaba desapareciendo, pero sobretodo a causa de una peste llamada cristianismo, que se empeñaba y se empeña en doblegar al espíritu y que luego les mató el cuerpo a millones, cuando decretaron la desaparición del sensual baño y lo dejaron cambiar por la casta mugre.

                  A Orff, a los alemanes y a los europeos les estaba subiendo pierna arriba el hombre del bigotico y los brazos al aire de todos los dementes iluminados del fascismo. Pero no  hicieron nada porque pensaban que algo subiendo pierna arriba no podía ser tan malo. Orff desde su laboratorio de música, lleno de instrumentos de percusión -Carmina Burana y el Trionfi - quería gritarle al mundo que al cisne del Olim lacus colueram, lo habían matado, lo estaban asando y lo peor - dentes fredentes - se lo estaban devorando. Alemania alucinada no quiso entender.

                Yo me sumo a la protesta con Canta y Olvida tu dolor, una forma muy ingenua y emocional  de invitar a cantar, a hacer música. a protagonizar lo que fuera ,desde el XIII hasta los ochenta, pero cantar. Hoy el programa de televisión me afirma la idea de que cuando un músico, neurólogo e investigador, le agregan a eso de que todos nacemos no solo libres,  un poderoso procesador y una completísima tarjeta de sonido, hacer música no es cosa de privilegiados, que  es lo que queremos creer en estos tiempos sin sentido, de la buena música, o simplemente la música agradable, como lo dice el hijo de Lennon: la música está en nosotros, la cuestión es buscarla.  

                               Un viernes en los Turcos de los ochenta, cuando apenas empezaba a hacer efecto los  tragos y la noche, rompí a cantar el mosaico 3 de la Billo´s para el inolvidable William Durhan, el árabe del turbante deshilachado que empezó a sonreír y a hacerme coro. Desde ese día en nuestra mesa, el viernes fue un día de cantar, nada de fútbol, nada de política, y menos ese existencial ojeroso que destilaban incluso algunos de los mejores contertulios. Todavía me acuerdo la cara de -Hernando no hagás el oso- de la mayoría, la mayoría.

                             Este escribidor que no quiso dormir,  prefirió sentarse a escribir para el amigo que no se olvida: hay que cantar.

 

 

1 comentario

ana maria gomez -

Me gusta este texto. Me imagino que Aldana es el mismo que asiste al taller Renata B.Dpatl. Saludo para Aldana y para tí Alberto
Ana María