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Alberto Rodríguez

Al sur de la frontera, al oeste del sol

Al sur de la frontera, al oeste del sol

 Un título que incluye dos referencias geográficas que el libro se ocupa de explicar, un título con coma. Al sur de la frontera, cantada por Nat King Cole, la canción que escuchamos en los cincuenta y que remite a un mítico regreso al sur, el que probablemente hizo que Ambrose Bierce pasara la frontera para perderse en la revolución mexicana. Y la “histeria siberiana”, un invento mítico de Haruki Murakami, autor de la novela, con el que narra el efecto de la monotonía del paisaje en el campesino siberiano. A cualquiera de los puntos cardinales a que mire, siempre encuentra el horizonte, el sol sale de la tierra y se pierde en ella durante las cuatro estaciones. “…de todos modos ese ciclo continúa…y luego un día, algo dentro de ti muere. Tal vez nada o tal vez algo en el oeste del sol. En cualquier caso, es diferente del sur de la frontera”.

Me parece que la novela se refiere a eso que dentro de nosotros muere. Y que para representarlo dramáticamente, Murakami se inventa un personaje moderno, nacido el primer día de la primera semana del primer mes de 1951. El drama es que Hajime no olvida, es hijo único, lo que le daba una connotación muy particular entonces. Shimamoto ha sido víctima de la polio y también es hija única. El jazz los une y los lleva a un acercamiento cargado de erotismo fallido, que ambos luego ven en retrospectiva. Un par de histéricos siberianos sitiados por el horizonte redondo.

Lo que ninguno puede olvidar es el primer amor, son víctimas de la nostalgia de primer amor. 25 años después se encuentran en un jazz bar de Hajime, que ha abierto porque tiene un suegro con dinero. Ella aparece como un fantasma con vestido azul en noche de lluvia, ya no cojea, es bella, y hablan, escuchan la canción que hicieron suya en la sala de su casa con el equipo de sonido del padre, Star crossed lovers, que el músico de turno se complace en interpretar para ellos. Siempre en noche de lluvia, como un fantasma precioso, por el que él estaría dispuesto a abandonar a su mujer y sus hijas.

Ella es un enigma, aun para ella misma, aparece y desaparece, es y no es, está y no está, nada se sabe de su vida desde que se dejó ver con Hajime y a su paso va dejando el vaho de la nostalgia. Él es todo lo contrario, sabemos de su vida, está casado, tiene dos niñas y dos locales de jazz, atiende personalmente sus negocios, y su matrimonio, deliberadamente ha sido puesto en la novela como una cortina gris de fondo, imágenes fugaces y sin importancia, el matrimonio en segundo plano, la esposa desdibujada, privada de significado.

Dos vidas terriblemente distintas, pero encadenadas por una misma nostalgia, la del primer amor, un tibio y distante roce de juventudes en la sala de la casa. Una promesa inconclusa, entre dos personajes unidos por la condición de ser únicos en su familia, los chicos raros de la escuela.

De su escritura se dijo en el club de lectura donde lo leímos: sobra relato, se nota la mano del escritor en el narrador, la tensión es tardía. Digamos que sí, pero también digamos cómo. Murakami se alarga en el relato de la vida juvenil, quizá por ser su especialidad. Y porque el personaje de Hajime es la representación de muchos hombres japoneses de la segunda mitad del siglo XX. Se alargó porque estaba tallando un mito urbano, una representación enjundiosa de todos los hombres, a los que por causa del amor, algo se les muere dentro.

¿Cómo se sabe que el escritor le mete la mano al narrador? No digamos, a la primera persona. Porque el personaje pierde protagonismo, no es completamente él, se suplanta y por tanto se falsea. Más porque Murakami ha prestado tanto de él a Hajime, que por una suplantación innecesaria de protagonismo, podría verse acaso, la manito de Haruki moviéndose como la del titiritero.

La tensión tardía es propia de la novela japonesa. Es una marca reconocida y aceptable para lectores de literatura japonesa. El tiempo y el feeling de la tensión son bien distintos a los de la novela occidental. La de Murakami es una novela de anticlímax. La tensión acumulada por debajo de los hechos, aparece en el último tercio, a partir del último encuentro, el encuentro sexual aplazado. Clímax que se prolonga, casi hasta el final de la novela, cuando el enigma triunfa, triunfa el matrimonio y triunfa la nostalgia.

La acumulación de tensión se hace de manera tan sosegada, a la “japonesa”, con un tempo de sonata, a la par que el lector recorre la sima del relato. Y cuando el clímax se declara, el lector vira, se eleva y sigue a los personajes que regresan a la nostalgia, esa forma aterciopelada de la soledad.

La nostalgia, el mal del hombre del siglo veinte, la soledad retrospectiva, la histeria siberiana, la paranoia urbana, el fin del jazz. Sí, una novela menor de un novelista mayor, aunque todos los novelistas deberían ser menores.

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