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Alberto Rodríguez

La mujer del animal

La mujer del animal

Salí apachurrado, con asco moral, tras haber asistido a la función de La mujer del animal, una película que se me hizo eterna, como puede serlo cualquier sufrimiento por breve que sea. Al “personaje”, de mi misma especie y de mi propio género, cien mil años de evolución inteligente, no le sirvieron para salir del cretácico.

Víctor Gaviria dijo de La mujer del animal: es un homenaje a la mujer. Creo que la película no es un homenaje a nadie, es una bofetada contra los animales, las mujeres y la comunidad. A todos nos recuerda de manera lacerante que somos responsables por cobardía o complicidad.  

El animal tiene un léxico restringido, quince o veinte palabras a lo más, es repetitivo, circular y olfativo. De una libido con garras y puñal, asesino primitivo, de poca visión, que escucha y huele a cuadras. Hay una cierta somnolencia inhumana en el aura de toda su actuación. Sería completo si ladrara. A su mujer la arrastra como lo hacían los trogloditas con las suyas, del cabello. Ella se lo corta, como el gran acto de rebeldía de la cholita de quince años que cae atrapada por mañas de una bruja en las fauces al animal, que huye con ella a los bosques. Para el animal su mujer es un animal, que crece y se reproduce. A diferencia de otros animales, los pájaros por ejemplo, el animal jamás lleva comida a casa. La hija del animal no habla, qué va a hablar, si cada vez que su mamá habla, el animal la muerde. La “ideología de género” que el animal practica, revela una intuición instintiva respecto a las mujeres. Si nace niña le dice a la madre embarazada, primero me la como yo y luego que se vaya a putear. El día en que el animal en calzoncillos se lleva a la niña de cinco años a la cama, la chola como un animal enfurecido, reacciona y se la quita de las garras, como una hembra a la que le tocan lo que más le duele. Al animal solo le fala ladrar.

Víctor Gaviria ha confirmado con La mujer del animal que a su manera, hoy todavía se puede ser como los documentalistas rusos de la revolución, directores que militan en las filas de quienes van mostrando la realidad, la vida, imbuidos de que si no se muestran, historias como la del animal, podría ser como si nunca hubieran sucedido, o fueran ficción. El cine como memoria ha tenido dos caminos para mostrar la vida: el documental y el argumental. “…insisto porque, además, tengo un compromiso de contar lo que realmente pasa en Medellín y en Colombia”, interrumpe Gaviria. Mostrar a la manera del documental significa trabajar como cronistas, mostrarlo argumentalmente significa, poner en escena. El documentalismo en la película transgrede la información directa sobre los hechos, porque probablemente por rigurosa y extensa que haya sido la inmersión, no lograría los efectos del argumental. La estética, la recreación de los hechos en     condiciones narrativas de escenificación, llevan a que las personas del documental se representen por personajes del argumental.

Gaviria trabajó como un cronista durante varios años, haciendo inmersiones selectivas en las personas y los entornos que son parte de la historia, especialmente con Margarita, la mujer de Libardo, el animal. Rueda en unos tiempos y en unos saltos que son de ficción, con un punto de vista, el de la mujer. Crea la escena, abre la matriz atmosférica para alojar hechos reales, más verdaderamente sucios que los que da cuenta el realismo sucio. Y sus resultados los proyecta a una sociedad enferma, más enferma todavía que la de la época de la historia, finales de los años setenta.

Entre los intersticios y los albañales se esconden muchos Uribes Nogueras, como animales que reptan, se esconden, atacan, muerden, matan y huyen.  

Libardo en el film es un nombre de perro, en todo caso no de homo sapiens. Lo dicho, al animal solo le falta ladrar.

 

2 comentarios

fernedy yonda -

Si esa es tu opinión, no hay caso para verla

Rosa Matilde Nieto -

Interesante propuesta, aunque ya no tengo edad para verla, soy mayorcita y me he vuelto muy sensible. El ser humano esta llevado.