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Alberto Rodríguez

SI

SI

Una vez firmado el acuerdo en Cartagena se habrá modificado territorial, militar y políticamente, la relación entre las fuerzas en pugna que terminaron poniéndose de acuerdo en algo fundamental: la guerra se perdió.

No la ganó el Estado en 53 años, no pudo reducir un grupo insurgente, que cuando más tuvo en filas, tuvo entre guerrillos y milicianos, cerca de 25.000. Al comienzo como campesinos resistentes, luego politizados y estudiantes universitarios, marxistas urbanos, y más adelante como negociantes de la guerra, metidos con todo en el negocio de la droga, que terminó por lumpenizarlos como organización. La agenda de la coca parecería haber pesado más que la revolución, como le pesó al proyecto antisubversivo original de las AUC.

No la ganaron las Farc. Si no estoy mal desde la séptima conferencia, en mayo de 1982, se rediscutió el asunto de la toma del poder. Pero con declaración expresa, las Farc se constituyeron como “ejercito del pueblo”, ordenaron la "ofensiva bolivariana", aumentar las filas a 28.000 hombres y avanzar en la toma de ciudades intermedias, cuando ya se había hablado dentro de las Farc, acerca de la dudosa viabilidad histórica de la toma del poder en Colombia, por la vía militar.

La octava conferencia se hizo en el Guaviare, el mayor centro de producción de hoja de coca entonces, en abril de 1993, el mismo año en que eliminaron a Pablo Escobar, el año más sucio de la guerra sucia, cuando el narcoterrorismo a punta de bombazos le metió todo el miedo que pudo al país, cobró cientos de víctimas, mostró el poder del negocio y su capacidad de hacer daño. La lucha entre carteles había agitado los mercados internos y externos de la coca, había trepado los picos de violencia, las mafias habían cooptado políticos, jueces y policias. La ofensiva de las Fuerzas Militares contra las Farc dejó un saldo de mil guerrilleros muertos y 1.873 capturados. El negocio del futuro había despegado. Todos habían entrado al neocio sucio:la otra toma del poder.

La guerra no la ganaron las partes beligerantes, la perdió el país. Perdimos en inversión social, en desarrollo, en crecimiento, en oportunidades, en competitividad, en creatividad. Medio siglo de luchas apenas sirvieron para abonar el narcotráfico y quebrar el campo. Una herida abierta durante medio siglo que no podía cerrar, a la que se le echaba plomo y tierra. Y ahora se le pone fin. ¿Con qué argumentos se puede oponer alguien al veredicto histórico sobre una guerra perdida?

El gobierno Santos y las Farc se sentaron a hablar, a partir de una premisa común, a la que cada cual llegó, la guerra estaba perdida. Para las Farc, si es que conservan alguna “vocación de poder”, la única vía posible es la política. Y para el Estado, es preferible tener a las Farc de socios en el Congreso, como aliados contra el paramilitarismo, que dinamitando la infraestructura petrolera y haciendo alianzas con el ELN.

Así que un SI, también significa compartir la premisa común.

La pregunta tiene dos solicitudes. La favorabilidad o no, respecto al acuerdo firmado para la terminación del conflicto, y la construcción de una “paz estable y duradera”. Faltó decir, que una paz con las Farc, porque se trata de una sola paz, de las varias que habría que conseguir, para llegar a la Paz, con mayúscula.       

Ya que las partes beligerantes entendieron que la guerra estaba perdida después de cincuenta años, y se pusieron de acuerdo, pues que la sociedad civil se haga responsable de una constancia histórica de terminación del conflicto, con un SI.

El NO entraña la respuesta de quienes de alguna manera creen que la guerra no se ha perdido. Una forma de decir: si no se ha perdido, debe seguir.

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