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Alberto Rodríguez

En el lejero

En el lejero

Nunca me había sentido más cerca del mundo de Kafka en una novela colombiana, que con En el lejero, la novela de Evelio Rosero, publicada por Tusquets en el 2013. No es una parodia kafkiana, no es una caricatura, no es una imitación, es una forma propia, conquistada de dar atmósfera, utilizando como acento la misma luz, de las escenas de Kafka.

Es una novela breve, de argumento sencillo, un abuelo busca a su nieta. Ni tan lenta, ni tan rápida. Una velocidad rítmica que hace que el lector pueda llevarle el paso al abuelo Jeremías Andrade, al que muestra un narrador objetivo en tercera persona, y él que habla por sí mismo.

Lo vemos llegar “al único pueblo del mundo donde vienen a morirse los ratones del mundo”. Lo vemos en un hotel absurdo. Habitaciones llenas de ratas, oleadas de ellas se agitan por las casas y las calles. Lo vemos salir por entre la niebla a reconocer al pueblo, a tener los encuentros, que finalmente lo llevan al lugar donde le han dicho que está su nieta.

He venido a este pueblo porque me dijeron que aquí estaba mi nieta. Y no podía dejar de venir a buscarla, porque fue lo único que me dejó.

La atmósfera de la novela es la de un pueblo contingente, podría ser de vivos o de muertos, de fantasmas o recuerdos, de luz y sombra, de cercanía y lejanía, es una atmósfera que se le pega a la piel del lector, como la humedad en los puertos tropicales. Es el pueblo de Kafka, pero a la manera de Rosero. Una inspiración atmosférica que él sabe poner en clave nuestra. Es nuestro pueblo, como el de los Ejércitos, donde están todos los que son y los que no son, los conocidos y los desconocidos, que arman con sigilo y astucia indígena, esa subtrama tensionante, que sirve de cama a la historia que Rosero echa a andar, y en la cual puede uno introducirse como en un rio de palabras en el que se puede bañar dos veces.

Es una novela de referencia. La violencia en ella, es más amenazante que contundente, es más un riesgo que una certeza, es algo que se siente, entre la neblina, los ratones y los malos olores, pero que no se ve, porque como decía El Principito “lo esencial es invisible a los ojos”.  

 

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