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Alberto Rodríguez

Primero estaba el mar

Primero estaba el mar

No será fácil encontrar una novela más colombiana que, Primero estaba el mar, de Tomás González. Tiene cuatro ediciones distintas. La primera fue una que hizo El goce pagano en 1983, el rumbeadero de toda una generación en Bogotá, que atendía Cesar Pagano. La segunda, la hizo la gobernación de Antioquia, casi diez años después. Así González, ya desde entonces, era capaz de vender su novela al gobierno regional para que hiciera una publicación subsidiada que le llegara a la gente del departamento. La tercera, la hizo la UNAM en 1997. Y la última, que es la de Norma, 120 páginas, apareció a comienzos del siglo XXI.

Es una novela colombiana, una manera de caracterizarla,  porque los personajes no son y no pueden ser otra cosa que colombianos, una pareja de paisas, que va a jugar a ser finquera, al golfo de Urabá. Su lenguaje, el de todos los personajes, no es más que el colombiano. La lengua de una generación, de una época, que da cuenta de lo que somos. Las costumbres son tan colombianas, que todos los colombianos podemos encontramos en ellas. Como alguien que se encuentra buscando en el álbum de fotos de la mamá. Es colombiana por el acento, el color, el olor, la tragedia, el dinero, la literatura, hasta por el amor.

Primero estaba el mar, es una colombianada total, dicho sin ánimo peyorativo. Muestra el alma de los colombianos, sin apelar al paramilitarismo, a la guerrilla, a los políticos, a los mafiosos. Posiblemente cuando se escribió, a comienzo de los ochenta, todavía era posible hacer novelas sin que tuvieran que pasar, por los que llegaron a ser los grandes meridianos nacionales.

Es una novela de prosa cristalina., de acción directa, contada por un narrador omnisciente respetuoso, a una velocidad sostenida que permite construir personajes creíbles, irrevocables, completamente reales. Es una novela que engatusa con efectividad narrativa, con lenguaje, con atmósfera. Se lee en un día.

El truco narrativo con el que se le da tensión al relato, progresivamente incrementado, es la noticia anticipada de la muerte del protagonista. Se sabe que J va a morir, y eso ya es un anzuelo para que cualquier chismoso caiga. Una muerte muy colombiana, a manos del mayordomo cuando resulta despedido.

Déjese engatusar, es mi recomendación.

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