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Alberto Rodríguez

11 S

11 S

La dimensión física y simbólica del golpe a las torres de New York, es quinientas veces mayor al de Pearl Harbor. Más de tres mil muertos. Rompimiento inteligente de todos los anillos y dispositivos de seguridad de la inteligencia norteamericana. Un golpe en su propia casa que llevó a hacer pensar en la liquidación de la CIA. El honor echado al piso. Un golpe al corazón, en la mitad de New York, en el centro de los negocios. Un golpe al Pentágono: el corazón blindado del establecimiento, el cerebro artillado de la guerra. Nadie, nunca, antes había golpeado a USA de un modo tan interno y global. Y las consecuencias, una de las cuales es la crisis económica de 2008, no vendrán  a ser manifiestamente comprendidas hasta el próximo golpe. La inteligencia norteamericana lo espera, el Gobierno lo espera, los laboratorios de guerra lo esperan, el Pentágono lo espera.

Han pasado ocho rapidísimos años desde el 11-S, durante los cuales  hemos aprendido sobre el terrorismo, sus motivaciones, sus agentes, sus modelos tácticos, su financiación. Hemos aprendido, por ejemplo, que el enrolado en Al Qaeda, no es necesariamente un paria, semiletrado, drogado de fanatismo, con los ojos saltones y colmillos afilados. Puede ser un doctor en física, que se viste en Harrows, habla tres idiomas, autor de artículos, que sabe pilotear una avioneta y jugar al golf.

En el “desamor en los tiempos del cólera”, el vecino que riega las matas todos los días a las nueve, recoge el periódico, recibe la leche y acompaña a los niños al bus del colegio, puede ser un asesino en serie.

Si algo logró el golpe del 11S, fue el efecto colateral de levantar una nube radiactiva de paranoia nacional. El temor de la población, de las instituciones, de los inversionistas, de la prensa. Si lo hicieron una vez, pueden volverlo a hacer. Una paranoia que exacerbó el racismo y la xenofobia, que hizo más recalcitrantes a los recalcitrantes. Una paranoia que llevó a violar los derechos humanos, que permitió la apertura de las cárceles de Abu Graib y Guantánamo.

Los cuarenta mil miembros de los servicios de rescate y voluntarios que participaron en la tarea de salvar víctimas del ataque y recoger los escombros, fueron expuestos por inhalación a un alto y concentrado volumen de gases tóxicos derivados del daño ambiental causado por el colapso. Cientos de ellos han muerto, muchos están irreversiblemente enfermos y van a morir. Se trata del contingente de veteranos del 11-S, que fue declarado por Bush - durante una ceremonia en “la zona cero”, a la que Bush asistió con cachucha de la marina - héroes nacionales.

Americanos América está dejando morir a sus héroes del 11-S, a los rescatistas abnegados de hace ocho años. Se están muriendo sin atención médica. Y el Negro ahí.   

  

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