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Alberto Rodríguez

Una lección de anarquismo

Una lección de anarquismo   La devoradora máquina chaplinesca, la cabeza del leviatán, el aparato armado de clase, el monopolio oficial de la fuerza,  las dictaduras proletarias, el órgano legal de opresión, las teocracias, los gobiernos de Dios, las monarquías, el imperio de la ley, el gran hermano. Como se lo quiera motejar, con cualquiera de los alias conque históricamente se lo reconoce, el Estado ataviado con su manchada piel de cordero, le infunde al anarquismo el mismo horror que al barroco le produce al vacío. El anarquismo del siglo XXI es continuador de una saga de dos siglos anteriores, de abominantes del Estado.  La moderna utopía anarquista nace de la utopía marxista, una sociedad sin Estado. Pero se necesita ser más anarquista que marxista, para imaginar honradamente una sociedad sin Estado, y por ende, para imaginar una sociedad sin clases. Los marxistas perecieron en el intento, porque debieron dedicarse a fortalecerlo ahí en donde se lo tomaron por la fuerza. Los anarquistas por principio nunca se toman el Estado.   En el siglo XXI, por una consideración típicamente anarquista, se podría reconocer que la disolución de las clases tomaría más tiempo que la disolución ambiental del planeta, a juzgar por la velocidad de la degradación provocada, mostrada por Al Gore en su “Verdad inconveniente”, que le mereció un Oscar. Estamos en las épocas en que la más verosímil ruta de disolución del estado proviene de la disolución ambiental del planeta. Sin ser un programa, el modelo de producción capitalista está haciendo realidad el más delirante programa anarquista: el suicidio ambiental de la especie.   Los marxistas nos legaron un método probado de lectura de la historia que conserva un cierto grado de utilidad. Siempre fueron mejores interpretando el pasado que gestionando la utopía. Los anarquistas mucho más tácticos que estratégicos, siguen siendo prometeos desencadenados que arrastran la tragedia de su utopía, arrebatarle el fuego al Estado.   Si hay un mínimo y respetable programa anarquista, es el de la defensa absoluta de todos los derechos humanos, civiles y simbólicos consagrados, contra la acción de cualquier estado y paraestado, de cualquier signo, cualquier color, que por razones formales o indeclarables, los violente de hecho o en derecho.

La mejor garantía del ideal anarquista en el siglo XXI, es la defensa incondicional de la sociedad civil, del medio ambiente, de las minorías étnicas, de las víctimas de guerra, de los excluidos, de los animales, frente a los estados, en cualquier lugar del mundo. El anarquismo aborrece las excepciones frente al poder, por las que en virtud de la sospechosa necesidad de un alineamiento políticamente correcto, se aplaude a un Estado, lo mismo por lo que se condena a otro. Eso es simplemente liberalismo.

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