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Alberto Rodríguez

Ganó el miedo

Ganó el miedo

Más que la paz, el responsable del triunfo de Santos fue Uribe. Nunca nadie en la reciente historia, había logrado hacer reaccionar a un país, de la manera como lo hizo,  contra la amenaza de continuidad uribista con que nos amenazó Zuluaga. A medio país electoralmente participante, para ser más exactos. Logró que en un “frente amplio” cupiera el Partido Comunista y el General Naranjo, el grueso del Polo Democrático – López y Cepeda – y Roy Barreras, Petro y Simón Gaviria, Aida Abella y el Mira, Peñalosa, Lucho Garzón y Antanas Mockus, Claudia López y el Senador Gerlein. Un sector mayoritario del empresariado y de los medios masivos de comunicación. El Cardenal Rubén Salazar y Timoschenko.     

En el sentido más primitivo, habría sido el miedo civil – con toda la variedad de matices que le caben - causado por la amenaza rediviva de un gobierno de vocación criminal, que hizo del “todo vale” una política de estado; desde chuzar a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, implementar un programa de “falsos positivos”, hasta tener conversaciones de sótano presidencial con miembros de la mafia. Un irreprochable oscuro mandato, al lado del cual el de Honesto Samper, fue una pilatuna de liceo.

A cualquiera con sentido de decencia política y algún espíritu de legalidad, debería causarle miedo un gobierno como el de Zuluaga, bajo la estricta suposición de que necesariamente fuera una continuación del proyecto uribista. Si les causa miedo a quienes carecen de decencia política, la mayor parte de los aliados de Santos, cómo no será a quienes sí la tienen.

Que Santos no se crea que la unidad electoral de decentes e indecentes, para detener a Uribe, es una apuesta política a favor de su gobierno. Yo no sé de dónde va a sacar Santos para pagar tantos y tan diversos favores. Tendrá que agilizar la producción, en todas las plantas donde se cocina la mermelada.

No creo que lo que haya estado en juego en las elecciones haya sido la paz. Una vez convertida en bandera electoral, la más grande y vistosa, hace pensar en que de por medio, en las conversaciones de La Habana, existe una subagenda política que favorece mutuamente a las partes, y cuyos acuerdos no son objeto de publicidad. A Santos más que la paz le interesaba la reelección. Y a las Farc, más que la paz, le interesa el negocio. Ahora, que si como consecuencia global de los acuerdos, los fusiles se acallan, se respetan los derechos humanos, se dicen algunas verdades y se repara a algunas víctimas, bienvenida la negociación de Santos y las Farc.

¿Cómo se explica  que para el grueso de los colombianos la paz ocupe el sexto lugar de sus preocupaciones? Para ellos, según las encuestas, el problema no es la paz. Para Santos fue la palanca nacional e internacional más potente para lograr la reelección, para los uribistas es una papa caliente. Para muchos militares es un mal negocio.  Para las víctimas, una oportunidad de reparación. Para la economía, un alivio presupuestal equivalente a 3.5 puntos del PIB.

Ojalá hubiera ganado la paz. Es lo que la decencia política reclamaría. Pero el “frente amplio” electoral por la paz no está destinado a durar, más allá de haber exorcizado la amenaza uribista. La paz todavía está sujeta a largas transacciones, aunque a partir de mañana ya no tendrá en La Habana la presión electoral.

Un signo de cultura política fue lo que hizo el Polo – Gaviria, López, Cepeda -, decirle a Santos, votamos por usted para atajar a Uribe, sin dejar de ser oposición.

Un susto lo tiene cualquiera, pero la verdad fue que a casi ocho millones de electores, de algún modo nos asustó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“La educación occidental es un pecado”

Boko Harum es un ejército islámico nigeriano de cruzados de la pureza, que tiene contacto directo con el Profeta. Su líder, un iluminado paranoico, llamado Abubakar Shekau, recibió hace algunas semanas un llamado urgente del Profeta. Cómo se comunican, supongo que es algo que hace parte de la reserva del sumario. El mensaje, como el de todos los profetas, fue lacónico y preciso: secuestra 300 niñas, las violas – hay que entregarlas probadas – y luego las vendes. Y Shekau, como Abraham, no tuvo más remedio que hacer lo que su Señor le ordenó.

El finado Saramago, con razón decía, hablando de la orden recibida por Abraham, de su Señor, de sacrificar a su propio hijo, que tal cosa nunca debería haber sucedido. Y que si sucedió, por el placer de probar la fe de un hombre, no fue más que porque le Señor es un hijo de puta. Probablemente Saramago, después de lo que escribió,  no haya ido al cielo de los que creen en el cielo, sino más bien, al mismo infierno donde María Fernanda Cabal, mandó al pobre Gabo. Aun así, la declaración metafórica de Saramago, es una premisa para comprender las bellaquerías que se hacen amparadas en la religión.

Las niñas todavía no han aparecido. Llevan más de dos semanas perdidas en los bosques nigerianos, en manos de unos interlocutores de la divinidad. ¿Hasta cuándo se seguirá utilizando a dios para refrendar todo el horror de la conducta humana? Una pregunta, que desde el punto de vista de la civilización, nos propone un asunto: la “justificación doctrinaria” de los crímenes - de lesa humanidad, violación de los derechos humanos, secuestro colectivo, acceso carnal y esclavismo - como los que ha cometido la secta nigeriana, en su afán por acabar la cultura occidental. Una causa parecida, a la que pondría en marcha una secta, que se propusiese terminar con la cultura oriental. Algo tan delirante, que no cabe más que en la cabeza de los delirantes que ponen en vilo al mundo todos los días. 

Pero de la misma manera que las sectas utilizan el nombre de dios para justificar crímenes de lesa humanidad, los movimientos políticos de toda laya, utilizan “nobles ideales” para encubrir la violencia indiscriminada, los proyectos fascistas, la violación de derechos humanos, el expansionismo. Miren los proyectos de revolución bolivariana en Venezuela, de federación rusa, de centro democrático en Colombia, de rehabilitación en China.

Estamos hartos de iluminados religiosos y políticos. Estamos hartos, que a nombre de dios y la democracia, se adelanten proyectos contra la dignidad humana y la democracia.

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