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Alberto Rodríguez

No importa que hayan perdido la fe…

No importa que hayan perdido la fe…

Pachito el Che regresó a América, de donde salió sin saber que ya no regresaría más. Con todo el simbolismo que tiene cada cosa que hace o deja de hacer un Papa, no resulta difícil imaginar lo que ha de significar que su primera salida haya sido a donde  el gigante latinoamericano en apuros. Haber ido a Argentina, habría resultado demasiado argentino. Y aunque es un papa tano, y muere por el futbol, ha de ser cuidadoso para que no se interprete su itinerario como una forma de parcialidad.

Fue al Brasil al encuentro mundial de juventudes. Algo de lo cual los curas en general son conocedores. Y se les enfrentó con esa mansedumbre soberbia de quienes siempre están convencidos de tener la verdad. Y concilió, para estar a tono, les dijo que comprendía que hubieran perdido la fe, en todo, en la iglesia por supuesto, que durante años hizo todo por aburrirlos o espantarlos. Les dijo que aun a pesar de haberla  perdido, Cristo está con ellos. Esperamos que le hayan creído, y no que le vaya a suceder como a Benedicto, cuando fue al África a decirles a los negros con sida que no usaran condones. A Pachito no la faltó sino que recomendara su uso, a falta de fe.

Le echó la culpa del desmadre de la juventud - a la que está lejos de entender, solo por cuestión generacional - a los políticos y a los curas. Que hombre sabio. No se equivocó en su diagnóstico, aunque con ello no haga más que hundir el vestigio de fe que les pudiera quedar a algunos jóvenes. Les dijo la verdad, descorazonadora, desesperanzada, bruta. Pero al mismo tiempo les pidió que vencieran la desconfianza. ¿Quién lo entiende?

Con un Papa nunca se sabe, sus mensajes siempre deben ser tomados con beneficio de inventario. En una de sus salidas en el vatimovil blanco que le prepararon, un chico de diez años, con la camiseta de la selección del Brasil, atravesó la calle, burló todo los cordones de seguridad, trepó al carro y se abrazó al cuello de Pachito. Y se estuvieron besando y abrazando hasta que los despiadados escoltas interrumpieron el amoroso acto, no vaya a ser que el chiquito tenga sida.

Para el último día de su viaje de promoción, de recreación de la imagen corporativa de su pontificado, Pachito ira a Copa Cabana a las nueve de la mañana, bajará del vatimovil, en vestido de baño e irá a las aguas tibias del mar para sumergirse y nadar. Quien no lo haya hecho no ha estado en Brasil. Al salir, lo escoltas lo estarán esperando con una toalla blanca de felpa y una vaso de caipiriña. Y entonces desde las limpias arenas lanzará una bendición urbi et orbi que rebotará en las señales de los satélites norteamericanos, con que los gringos expían a todo el mundo. 

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