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Alberto Rodríguez

El vuelo

El vuelo

La escena más visualmente diciente, no es para mí, la secuencia del accidente con final feliz, aunque de ella se derive la polémica moral, que entraña la experiencia de vuelo, convertida por Robert Zemeckis en un film, de esos que se nominan al Oscar. Por el guión, a John Gatis, y por el protagónico, a Denzel Washington.

La escena que más me afectó es la del momento en que el piloto Whip Whitaker, despierta después del accidente en el hospital. Su ojo izquierdo está tapado por un vendaje blanco que le cubre la cabeza. Un gran primer plano a su ojo derecho, que se abre lentamente y deja ver un ojo flotando en el sanguinolento caldo de su cornea.

Whitaker es un personaje un poco prototípico, el alcohólico que lucha por sí mismo contra su alcoholismo y siempre sucumbe. Pero la película de Zemeckis no insiste en el conflicto de voluntad, ofrece un hecho dramático incontrovertible: por haber ido bajo los efectos del alcohol y la cocaína, Whitaker hizo lo que hizo. Una parte de la investigación consistió en hacer una prueba con diez pilotos en un simulador que reprodujo las mismas circunstancias del accidente. Ninguno, sin rastros de alcohol y cocaína, salvó el avión. El avión tuvo un desperfecto mecánico por falta de mantenimiento y fatiga de materiales. La causa establecida del accidente fue mecánica.

En el hecho corporativo, legal y de la investigación sobre el accidente, pesa más el hecho del alcoholismo y la drogadicción, que el hecho de haber salvado a 96 personas. Lo primero es contra el reglamento. Lo segundo está mucho más allá de cualquier reglamento.

Para la escena del vuelo invertido utilizaron un ‘rotisserie rig’ (como los de asar pollos) para trinchar el avión. Hubo que rodar por segmentos breves, no se recomendó que los actores se expusieran mucho tiempo a la posición. Con un acabado de efecto especial se hizo el resto en edición.

Durante toda la película Whitaker y sus amigos, incluyendo a su expendedor y su abogado, intentan ocultar todo para evitar ir a la cárcel. Y a fe que trampeando lo logran, guardando evidencias y orientado incriminaciones. Niega, niega, niega todo, todo el tiempo, hasta el último momento, cuando la investigadora que conduce, lo lleva a un punto crítico, un punto de giro final y cortante. La azafata muerta con la que despertó en el motel del aeropuerto esa mañana – Katherine Márquez – es su salvación. Si dice que él no bebió el par de botellitas de vodka durante el vuelo, todo la señala a ella, y nadie lo puede desmentir, porque ha muerto. Pero no, no más mentiras, se dice Whitaker. Y confiesa todo, todo, llega a decir que ha bebido todo el tiempo y que en el momento está ebrio. Recién su expendedor lo sacó de la borrachera, con una dosis de cocaína de ocho cientos dólares, que su amigo y su abogado compraron para levantarlo y conducirlo al salón.

Y por lo demás, en el film termina no siendo civilmente cierto, que  decir la verdad nos haga libres, Whitaker terminó en la cárcel.

 

 

 

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