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Alberto Rodríguez

Biutiful

Biutiful

 México tiene cultura de la muerte, quiero decir, los mexicanos han convivido con la muerte de una manera más histórica, más cercana, más natural, que otros muchos pueblos. México proviene de una historia sacrificial que los mexicanos se empeñan en refrendar con su violencia cotidiana. Y González Iñárritu, tan internacionalmente mexicano,  no encontró más que la muerte, como tema, para su primera película, más allá de la trilogía, y la primera sin Arriaga. Biutiful, un título amaneradamente irónico, sarcásticamente rosa.

Lo primero que quiero decir es que se siente la ausencia de Arriaga, el escritor, el hombre de las cinco novelas, celebradas por Corman McCarthy. Se siente nostalgia de Arriaga, se echa de menos la eficacia de sus guiones. Sin Javier Bardem, Biutiful habría sido un melodrama tercermundista en Barcelona, sin rango ni gancho como película. Cannes premió al actor más que a la película, que resulta ser honradamente frustrante.

Del divorcio Arriaga-González, muchos creyeron que el perdedor iba a ser aquel, Biutiful demuestra lo contrario. El  guión tiene muchas manos, González que es excelente para construir historias, más que para escribir guiones, Armando Bo y Nicolás Giacobone.

“Todos somos Uxbal. Todos estamos infectados por un puto sistema que nos está corrompiendo. Todos tenemos las manos ensangrentadas. Todos somos culpables. Estamos atrapados contra el puto techo. Eso es lo que sentía filmando allí y oyendo la realidad de toda esta gente. Fue muy intenso, pero valió la pena” dice González. Cuenta  que se le ocurrió la idea de hacer Biutiful, un día que iba en su automóvil, con sus hijos, escuchando un tema de Ravel. La historia ocurre  en la zona más decadente del barrio El Raval, donde conviven inmigrantes marginales de todo el mundo.

La capacidad de escuchar a los muertos de Uxbal, más que de hablar con ellos, se reduce a una discreta alegoría que no impacta la historia, que no tiene desarrollos. El drama con la ex mujer se queda en los prólogos, no intensifica, no adentra. El drama con los chinos no pasa de una ensolapada, el drama del carcelazo, no pasa de ser un incidente menor sin resonancia, el drama del cáncer es algo tan íntimo, tan encerrado, tan de él, que no toca la historia, no trasciende narrativamente. El drama de la marginalidad lo impregna todo, como un decorado móvil, por delante del cual cientos de seres humanos se mueven en la miseria europea, en la infamia barcelonesa.

Las líneas del drama no vuelan, no alcanzan a despegar, no alcanzan circularidad, no se enrollan, ni se enredan, no contribuyen ni al clima ni a la tensión de la película, que repite sus motivos, sin convicción narrativa, sin fortaleza en el drama. Uxbal muestra gestos de humanidad, que lo convierten, al decir de algunos espectadores, en un santo. Un hombre que sufre y sufre y sufre, pero sin que su sufrimiento tenga consecuencias radicales para la película. Es un sufrimiento muy seco, que no salpica, que no conmueve.

Biutiful es un drama cuyas líneas de conflicto no le sirven a la historia. ¿La estructura al servicio de la historia o la historia al servicio de la estructura? Biutiful no alcanzó la estructura sofisticada, graciosa, atractiva de la trilogía y la historia se quedó en una especulación dramática sobre la muerte de un hombre, de un barrio, de una sociedad, de los inmigrantes, de todos, sin que una muerte tan invocada, nos sobrecoja, o nos haga sentir que la muerte también es un asunto del espectador.

 

 

 

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