La generosa cosecha de naranjas mecánicas
Eric Harris, uno de los asesinos de la masacre del Instituto Columbine, subió antes de los hechos, a su página web material profuso acerca de cómo matar compañeros en la escuela. Desde entonces los Harris se han multiplicado y saltan con agresiva agilidad entre la realidad y la virtualidad, como bichos letales, que no sabemos cómo controlar.
En todas las épocas, hasta en las mías, los jóvenes se han enfrentado utilizando la violencia física a su alcance: puños, patadas, escupitajos, mazos, espadas, flechas, puñales, piedra, cadenas, manoplas, chuzos, revólveres y papa bombas. Los adultos para evitar que se maten, y por el simple ejercicio de la autoridad, han intentado también, en todas las épocas, frenar el instinto violento de los jóvenes, con medidas tan inocuas como letales. Educar por la paz, reconvenirlos, encerrarlos, reseñarlos, separarlos, prohibirles, alejarlos y hasta matarlos.
El instinto violento es un sustrato de la herencia biológica, vinculado al instinto de supervivencia, al sexual, al instinto clánico y al de territorialidad. No somos tan evolucionados como los educadores quisieran. Estamos más cerca del mono que del ángel. Y la educación por el ejemplo que la sociedad adulta, le da a los muchachos, no es menos violenta, menos cruel, menos irritable, que la de ellos. Así que con lo que disponemos las sociedades adultas, haremos tanto respecto a la violencia juvenil, como haremos contra el narcotráfico y la drogadicción, sino legalizamos.
Hoy, la preocupación de las autoridades está en que el pandillismo juvenil urbano en Colombia tiene relaciones con el mundo sicarial y el máfico negocio. En Cali se calcula que hay cien pandillas. Algunas participan en actividades criminales, algunas no lo hacen, es probable que la mayoría.
Las explicaciones que se dan al fenómeno son tan variadas como ingenuas. La pobreza, como causa, no explica el pandillismo de los estratos cuatro, cinco y seis, la violencia de los colegios élite, la violencia de club, o formas más sofisticadas de violencia como el cyberbullying, que de la intimidación virtual, pasa al apuñalamiento en los baños escolares y al revés. El consumo de drogas tampoco explica el asunto. Muchos muchachos de pandillas no consumen drogas, está establecido por estudios de infractores. Hay pandillas que las proscriben, los grupos neonazis. Y si fuera cierto ¿cómo se explicaría la violencia juvenil, antes del auge de las drogas? Cuando los muchachos no metían nada, o se llenaban de cerveza antes de un enfrentamiento. La crisis de la familia, podría ser el argumento más plausible, como explicación, pero solo si aceptamos que la familia siempre ha estado en crisis.
Un problema práctico es saber cuál es la condición, para efectos prácticos, que se le atribuye al pandillismo juvenil – tanto el que no delinque organizadamente, como el que sirve de instrumento al crimen organizado – para efectos de tratamiento preventivo, curativo y prospectivo. De eso depende que sean los psicólogos o los carceleros, los padres o las iglesias, los colegios o las autoridades judiciales, los que puedan hacer que el pandillismo se reduzca a justas proporciones. Aunque ignoro, en lugares como Ciudad Juárez, DF, Rio de Janeiro, Caracas, New York, Medellín o Cali, cuáles sean las justas proporciones, cuando todo es tan injusto.
1 comentario
Elizabeth -
Saludos,