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Alberto Rodríguez

El periodista atrapado

El periodista atrapado

            Colombia es un narcoestado, Uribe es la versión paisa de Vito Corleone, el Santico es un propagandista de la guerra preventiva. El gobierno colombiano da puñaladas arteras a su hermano bolivariano, se presta al plan de USA, de llevar tropas norteamericanas a bases colombianas para desestabilizar el proyecto bolivariano en Venezuela. Fernando Londoño dirigió la operación infiltrada en Venezuela de 250 paramilitares para asesinar a Micomandante.

            Cualquier podría pensar, que si todo lo anterior, dicho por Micomandante a Vicky Dávila, es cierto, el resultado más lógico del conflicto colombovenezolano sea el de la no solución. Por el contrario, proponiendo las cosas desde la relación de amenazantes y amenazados, como lo hace él, el restablecimiento de un clima productivo y pacífico entre naciones, es una mentira de estado. La relación entre las “hermanas naciones” no mejorará mientras Monseñor y Mico estén en el poder. Cada uno con su proyecto paranoico hará todo lo que deba hacer, a costa y a nombre de sus pueblos.

           La bella Vicky Dávila, a quien mucha gente no quiere, llegó bien dateada al palacio de Miraflores a entrevistar a Micomandante. Que también resultó inentrevistable, como diría María Isabel. Con Micomandante, como con Correita, como con Uribe, con Fidel (recuerden a María Elvira Samper), con Zarkozy, con los gobernante imbuidos, y todos lo están, no es posible sostener la entrevista desde la contra pregunta, además los datos de Vicky tampoco daban para tanto.

           Con los gobernantes existe, a la hora de entrevistarlos, el problema de las “cosas que hemos hecho”. Cifras, datos, logros, resultados, que se auto conceden el principio de irrefutabilidad. Las estadísticas son el combustible principal de la guerra limpia y sucia de un estado contra la oposición y los medios. Los periodistas se enfrentan a enumeraciones de hechos vestidas de oficialidad, a certezas de estado, a garantías informativas, frente a las cuales su autoridad no alcanza para hacer efectiva la contrapregunta que lleva a reducir los espacios de respuesta. Y si la tuviera, el tiempo jamás le alcanzaría.

           El periodista no juega en su cancha, le toca improvisar un estudio, poner su cámara, sus luces, en un salón lleno de miembros del gobierno, oficiales, guardaespaldas, donde hace calor, y luego meterse en el mismo ring con Micomandante. Vicky tuvo la fortuna de que Micomandante fue más galante que Correita con María Cristina, le permitió hacer las preguntas. Y con “hechos cumplidos” le respondió, se burló de ella, le dijo que no conocía la historia, la mandó a informarse, y  pidió que le dijera a Uribe; todo con una socarronería más venenosa que la agresividad retenida de Correita.   

          Para que un mandatario confiese, se vea en la obligatoria necesidad de decir la verdad, habría que llevarlo a una celda de tres por tres, ponerle una luz en la cara, sacar un cajón lleno de pruebas y amenazarlo con apretarle las pelotas.  Como los gringos hicieron con Sadam Husein y los europeos con Milosevic.

 

 

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