Match Point
El deber reproductor y el deseo animal, la fidelidad y la infidelidad, el tenista y el asesino, el embarazo y el síndrome de fertilidad, el nacimiento y la muerte. Cartas marcadas de la historia que nos cuenta Woody Allen. Operático esta vez, imprevisible, de secuencias cortas, diálogos sin brillo ni humor, y un ritmo sostenido. Una película de argumento, en la que el crimen paga, a pesar de un sueño. Chris llega como profesor de tenis a una escuela privada en Londres. Se liga a una familia burguesa que lo introduce a la ópera, las galerías, los caballos y las oficinas. Y a una vida privada – con matrimonio incluido - en donde lo único que falta es deseo. Woody Allen ha hecho una película patéticamente criminal, en clave de impunidad. Se puede matar a la vecina de la amante, a la amante, al hijo en camino, y no pasa nada. La policía obtiene un triunfo pírrico, la verdad sobre la relación clandestina de sexo entre Chris y Nola. Nola presiona a Chris para que abandone a su mujer, un lugar común originado en el incomprensible deseo de las amantes de convertirse en esposas. Nola era ordinaria, norteamericana, cantante mediocre, necesitada de afecto, lo mejor que tenía eran el culo y los labios. Chris no era mejor, un extenista de competencia. Para él Nola era sólo el deseo. Nola escribía un diario íntimo que la policía encontró al revisar su apartamento, en el que en muchas notas se refieren a Chris. El reconocimiento de amantes lo libra con al menos un policía de caer bajo sospecha. El otro policía, más viejo, más intuitivo, cree ver en esa relación amorosa un motivo. Una noche sueña con la solución del crimen. La ve. Una vez ha dado muerte a su primer hijo en el vientre de Nola, espera que nazca su segundo hijo al que reciben con champaña. Un aro que Chris ha robado - como coartada - en el apartamento de la vecina, no alcanza a caer al Támesis cuando lo lanza, queda como la pelota de tenis suspendida por una milésima de segundo encima de la red, sin que se sepa de qué lado va a caer. Resulta ser el mismo aro que la policía encuentra a un yonqui sospechoso de asesinato, en el área donde vivían Nola y su vecina. (Una coincidencia de guionista, que aunque sirve para cerrar adecuadamente el círculo, no deja de ser un artificio que debilita el sentido de la impunidad y además resulta innecesario). Una noche, los fantasmas de Nola y la vecina se aparecen a Chris. Han ido a culparlo moralmente del crimen. Pero él, rompiendo la regla de que los fantasmas asustan, los saluda y después de escucharlos con atención les recuerda las palabras de Sófocles: lo peor es haber nacido.
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