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Alberto Rodríguez

Juego de tronos

Juego de tronos

La maldición del poder que terminó por destruir a los Incas, vive en las venas profundas de una tradición jamás desterrada, ni por ellos ni por ningún otro pueblo en la tierra. ¿Qué tiene el poder que mueve a los pueblos más que el amor, la democracia y la libertad?

La historieta trágica del Perú por cuenta de los arreglos secretos de PPK con el clan de Kenji Fujimori, y el consecuente indulto a Alberto Fujimori, es la continuación de la misma tradición en su temporada más degenerada, en la que el corrupto es héroe. Es un juego de corruptos en el que cualquier honor ha sido suprimido. Como en las obras de Shakespeare, puede leerse en sus protagonistas el oscuro silencio de sus intenciones y las nervaduras palpitantes de los peores sentimientos de que somos capaces los seres humanos.

La masa congresional fujimorista tenía en su mano el recurso para imponer una moción de retiro del presidente, con las evidencias del escándalo de Odebrecht que salpicó los bufetes de PPK. Pero las viejas rencillas de poder familiar entre Kenji y Keiko, encontraron en el escenario una forma de disputa, en la que de una parte se jugaba la destitución de PPK, abriéndole el campo de juego al fujimorismo, y de otro la oportunidad para que Kenji, lo dividiera, con la ganancia de haber liberado a su padre.

PPK estaba en un callejón sin salida, salir del poder o indultar a Fujimori. Para alguien que quiere quedarse en el poder a toda costa, el indulto del viejo genocida, sería el mal menor. Probablemente subestimó la reacción de sus propias fuerzas al sentirse traicionadas con la libertad el símbolo vivo de la violencia y la corrupción del poder. Quien ahora se recupera de doce largos años de prisión, de los 25 a que fue condenado, en una casa de cinco mil dólares mensuales, desde donde dirigirá el avance de sus huestes, el clan de Keiko y el clan de Kenji.

El mismo miserable juego de poder que ya estaba instalado en el corazón del imperio español y del imperio inca. El mismo juego en el que todo vale, en el que el fin justifica los medios, en el que no hay nada sagrado.

Ragnar Lodbrok, el rey de los vikingos le da una lección a su hijo, antes de zarpar hacia Inglaterra. Le dice que el poder no es lo más importante, es un medio, que sin embargo es capaz de sacar lo peor de nosotros mismos.

Más han evolucionada los algas azules que las sociedades humanas, en lo que se refiere al manejo del poder. El mismo veneno que se regó en la horda primitiva, en la lucha entre el poder del padre acaparador de las mujeres y el poder de sus hijos hombres, sigue corriendo por las venas de quienes aspiran, manipulan y ejercen el poder en el mundo.

La abominación de origen que ha dado vida al anarquismo sigue resonando en la voz disonante de quienes por principio sospechan de todo poder. 

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