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Alberto Rodríguez

“¡Amo a Wikileaks!”

“¡Amo a Wikileaks!”

  La Agencia Central de Inteligencia (1947) es un leviatán legendario, un monstruo de mil ojos, que como dios es capaz de verlo todo en la tierra. Realiza toda la gama de acciones encubiertas, tumbaba gobiernos, espía corporaciones y da de baja a personas en cualquier lugar del mundo. Pero ni la Casa Blanca, ni el Congreso, ni la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), y mucho menos la opinión pública norteamericana, saben de los límites exactos de su alcance, porque la agencia tiene suficiente poder como para reclamarse y actuar de manera independiente. El poder dentro del poder. De la misma vieja manera en que el “maricón homofóbico” de Edgar Hoover hizo del FBI, un arma contra todos. Y todos, son todos.

La semana pasada Wikileaks (Julián Assange) publicó 9000 documentos de la CIA que revelan que la agencia en el siglo XXI ha intensificado su actividad en la producción de software malicioso. Se calcula que tiene el arsenal más grande de virus informáticos del mundo. Pero la CIA ha perdido su control. Así que llamen a Ian Fleming.

       Se trata de un arsenal de troyanos capaz de afectar todos los operativos que existen, reemplazando ejecutantes en todo el sistema, de la misma manera que después de Hiroshima, el potencial atómico era capaz de afectar el mundo en su conjunto. Es posible que la pérdida de control haya dejado la mercancía en manos del terrorismo, el mercado negro, los servicios de inteligencia de otros países, y en general de los enemigos de USA.

       Como algo de la temporada, Mr Trump, que en campaña había tildado a la CIA de utilizar métodos nazis, se puso del lado del señor Assange cuando le informaron de la filtración, a primera hora. Con toda la razón, quién demonios quisiera  estar en el lugar de la CIA. Cinco días antes había dicho que tenía “más confianza en Assange que en la CIA, el FBI y todos los demás servicios de inteligencia del país”. Ya había desestimado durante la campaña las investigaciones de la agencia sobre la participación rusa en las elecciones norteamericanas para favorecerlo a él. “Incompetentes”, les gritó, “sus informaciones son ridículas”. Y para cerrar se negó en adelante a recibir los informes diarios de inteligencia que llegan todos los días a la Casa Blanca.

Desde Obama la agencia estaba trabajando en espionaje y rastreo electrónico de manera un poco más global, incluyendo a sus amigos, sus aliados, sus socios. Se supo cómo y a qué escala por ese lengüilargo del Edward Snowden, que dio a conocer al mundo el modus operandi de la pandilla del negro, y en sus detalles, a Rusia, donde sigue asilado.

La historia de la CIA desmiente el mito de la todopoderosa agencia capaz del control completo y de manera permanente. Bastarían tres momentos para mostrarlo. Bahía Cochinos en 1961, que terminó en un chorro de babas de la agencia. Entre 1972 y 1974 la agencia, que había estado involucrada en las faenas de espionaje político del Watergate, fue incapaz de tapar y desviar las investigaciones que llevaron a la renuncia del boss, Richard Nixon. Y el más grave de todos sus “actos fallidos”, falló anticipando, ayudando a prevenir y a neutralizar, el más grande, contundente  y fatal golpe contra USA, en toda su historia. 11S.

La mítica suprema fortaleza de la CIA, se multiplicó más, por la paranoia internacionalista del mamertismo soviético y sus satélites, que porque la agencia fuera tan suprema y tan fuerte, como se nos aseguró. Desde que se conocieron –si alguna vez se conocieron– las misiones de la agencia entre 1948 y 1955 en la “cortina de hierro” y en el “patio trasero”, se nos vendió una “central del mal” que apenas si cabría en la galería kitch de malvados de Ian Fleming. Será Norman Mailer el que a finales del siglo XX habrá de encargarse de escribir la novela sobre la agencia. El fantasma de Harlot.

Fue Julian Assange el mismo que publicó los documentos, que los hackers rusos de RasPutin (como asegura la agencia y hasta el FBI) sustrajeron de los computadores de políticos del Partido Demócrata. Las filtraciones que debilitaron a Hillary Clinton y contribuyeron a su derrota.

El último golpe a la CIA se lo ha dado Julian Assange desde la embajada del Ecuador en Londres. Fue tan contundente que cuando Mr. Trump se enteró, salió eufórico y a mediovestir, corriendo por los pasillos de la Casa Blanca, como si tuviera treinta años, gritando como un enamorado: “¡Amo a Wikileaks!”           

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