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Alberto Rodríguez

Al fin tuvieron que sentarse

Al fin tuvieron que sentarse

 En una maratónica jornada de conversaciones, no exenta de tensiones,  se encontraron, con el acompañamiento de los cancilleres de Unasur y del nuncio papal, los miembros del gobierno venezolano y de la oposición, en una mesa de paz, como si vinieran de una guerra. En primer lugar, hay que reconocer, es una concesión a la oposición, que el gobierno de Maduro se vio políticamente obligado a hacer, tras más de cuarenta días de cruentos combates callejeros que han dejado casi cincuenta muertos. Y en consecuencia, una ganancia para la oposición, que lejos de ser expresión unitaria y sólida, es un retacero de tendencias que difícilmente es capaz de ponerse de acuerdo.

Maduro habló al final, cuando todos habían hecho sus cargos y descargos. Se mostró dueño de la situación, exhibió los indicadores que revelan que en Venezuela se ha hecho por la mitad más pobre  del país, lo que seguramente nunca antes se había por ellos, y que es el sello poderoso, la impronta de la “revolución pacífica”, que seguramente muchos de los que se sentaron en la mesa hubieran querido que fuese violenta. Una revolución que ha dejado, ha tenido que dejar,  por fuera, al otro medio país, para el que no solamente no gobierna, sino que parecería que lo hace en su contra.

Con la comisión de paz,  se instalaron la comisión de económica y la comisión social. Instancias avaladas en  el que parece un llamado insólito del gobierno a los dirigentes y empresarios de la oposición. Vengan, les dijo Maduro, vengan y participen en las mesas de concertación, traigan sus proyectos, concertemos, ayúdenos a resolver el problema de productividad, de  la violencia, ayúdenos a producir más y mejor. Un llamado, aparentemente generoso, aparentemente táctico, aparentemente forzado, que de alguna manera pone en entre dicho, por parte del gobierno, la viabilidad hegemónica del modelo económico, del manejo de la renta petrolero, de la inflación - la más alta del mundo -. Es viable preguntarse si la amplitud del ofrecimeinto del gobierno es generosidad táctica, o si por el contrario, ha reconocido que no puede seguir haciendo una economía y seguir legislando contra la mitad del país.

Es bueno que se hayan reunido, es bueno que se hayan dicho las cosas en la cara, que hayan sacado a bailar las diferencias sin tapujos y con franqueza, en ese tono de informalidad, de amigos, de conocidos, conque todos los caribes que se sentaron en la mesa, se tratan entre sí.  

Que el modelo chavista de revolución bolivariana se quede para siempre, como dice Maduro que será, aun reconociendo la insuficiencia para sacar del pantano a Venezuela, es algo que se dirimirá, como se ha dirimido su implantación, por la vía electoral. Es claro que Maduro carecerá de gobernabilidad, no podrá contrarrestar el efecto de la escalada, no podrá llevar condiciones de mejoramiento productivo al aparato económico, mientras insista en gobernar, como si se hubiera tomado el gobierno por las armas. No es posible gobernar a nombre de medio país en contra del otro  medio país, no al menos mientras exista una constitución que consagre la vía electoral, como la única vía constitucional para la toma del poder.

Los miembros del gobierno en general lucieron pálidos, repetitivos, dogmáticos, con discursos plagados de lugares comunes, en posición defensiva, no fueron suficientemente convincentes para justificar lo que ha sucedido. El hombre más destacado de ellos, fue sin dudas el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledesma. Diosdado Cabello, por el contrario, es un hombre cargado de poder y de resentimiento, incapaz de argumentar, incapaz de solventar soluciones efectivas.

Y de la oposición, se destaca como la figura definitivamente más pensante, lleno de argumentos y luces, Henry Ramos Allup, el Secretario General de Acción Democrática. Ddesmontó las falacias constitucionalistas - con constitución en mano - las falacias ideológicas, la falacia de la unión cívico militar, las falacias de los colectivos, conque la hegemonía se ha hecho fuerte. Los demás, tal vez con la excepción de un par de hombres que son capaces de pensar con coherencia, se revelan como víctimas quejumbrosas de una democracia arrasada en un juego maltrecho de poder, incluido el señor Enrique Capriles.

La comisión de paz un buen comienzo, un principio de esperanza civilizada, en la que los contradictores políticos se tuvieron que sentar a tratar de llegar a un principio de acuerdo, para reducir la violencia, para pensar en la profunda crisis económica y social a que la revolución ha llevado a Venezuela, desde luego con la ayuda internacional del cartel de enemigos declarados del proyecto chavista. Pese a todo, el optimismo, quizás no sea más que un hálito fugaz, porque a nadie se le olvida que todos los que sentaron en la mesa son políticos.   

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