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Alberto Rodríguez

¡Deja quieta a mi puta!

¡Deja quieta a mi puta!

Un viejo chiste refiere la manera como se logra que los distintos ciudadanos europeos suban a los botes en caso de emergencia del barco en que viajan. A los alemanes simplemente se les ordena. A los ingleses se les dice que es una antigua tradición naval. A los belgas se les cuenta que hay cerveza en los botes. A los españoles se les advierte que está prohibido subir a los botes. Y a los franceses se les dice que todas las mujeres ya han subido.   

Lo peor del espíritu francés es el fariseísmo, como lo señaló Marx, y como Sartre y Camus lo sintieron en carne propia un siglo después, la moralidad oportunista de sus políticos, una concepción paranoica de las costumbres, la de unos reformadores que echaron para atrás las conquistas de su propia revolución, cuando se dieron cuenta que la libertad afectaba los negocios.  

La Asamblea Nacional Francesa acaba de aprobar por consenso una proposición de resolución que penaliza a los clientes de las prostitutas, no habla de prostitutos, con hasta dos meses de prisión y 3750 euros de multa.

Uno de los símbolos de Francia, junto con su revolución, su torre Eiffel, sus quesos, es la puta francesa. Tocar la prostitución en Francia es como tocar los toros en España, o el futbol en Inglaterra. Una estupidez farisea, como la que podría ser penalizar el consumo de marihuana en países como USA, México y Colombia.

 La lucha contra el proxenetismo no es una lucha contra la prostitución, de la misma manera que la lucha contra el narcotráfico no es una lucha contra el consumidor individual. Aclaro que no estoy a favor ni del proxenetismo ni del narcotráfico. La prostitución, más que los toros, más que el consumo de marihuana, responde a una necesidad pública. El derecho  a un polvo.

 Durante toda la vida, para los francés el cuerpo de algunas mujeres, independientemente de los motivos y su necesidad, ha sido considerado mercancía, igual que en todos los países del mundo. Esa especie de sensibilidad sentimental hacia el oficio ha llegado incluso a la mistificación de la prostituta, convertida en personaje de la literatura, del cine, en la pintura, un ícono de las libertades individuales, que toca el derecho a vender el cuerpo. El derecho a utilizar el cuerpo como medio de trabajo.  Sin embargo, la cruzada sanitaria de los legisladores, que seguramente han tenido o tienen tratos con prostitutas,  no propone prohibir la prostitución, que es lo que deberían hacer si no fueran filisteos, propone judicializar al consumidor, con lo cual le están diciendo a las prostitutas, lo que deberían decirle a los narcotraficantes, si no fueran tan filisteos, vamos a quebrar su negocio, intimidando a los clientes, desestimulando el consumo.

 La cruzada se ampara, a la manera de los filisteos, en la necesidad de contrarrestar el proxenetismo y la violación. Como si la prostitución como tal no fuera un filtro natural que de hecho tiende a reducir el número de violaciones. Y que responde a una necesidad natural que no se limita a los hombres solos, deprivados de afecto. "No son hombres que viven en la miseria afectiva, dos tercios de los mismos viven o vivieron en pareja y más de la mitad son padres de familia".¿Cómo saben todo eso los legisladores?

¿Cómo van a controlar los cientos de miles de transacciones diarias que se hacen entre un hombre y una mujer para irse  a la habitación de un hotel? Lo más probable es que la medida apenas sea una muestra del fariseismo legislativo francés, con tan pocas probabilidades de aplicación, que no pasará de ser un saludo a la bandera, como lo ha sido en los países nórdicos. Hagan, más bien, lo que ha hecho Alemania y Holanda, legalizar la profesión, darle estatus, reglamentación, protección y seguridad social.

 ”Deja quieta a mi puta” es el título de una declaración de un artista contra la medida en Francia. Se supo, además, que Charles Aznavour, Catherine Deneuve y Jack Lang, han adherido recientemente a una carta abierta de celebridades francesas, contra la medida. 

¡Deja quieta a mi puta!

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