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Alberto Rodríguez

El gran colombiano

El gran colombiano

 

Joseph Avski

A pesar de la lluvia y los cuatro días previos de vigilia, durante la noche del 30 de junio y la mañana del 1ro de julio de 1885, más de dos millones de personas se congregaron en las calles de París para ver el entierro del escritor francés Víctor Hugo. Ningún otro francés antes o después ha despertado tal sentimiento en su pueblo. 

En Colombia el entierro más concurrido no ha sido el de un escritor, músico, artista, transformador social o héroe nacional. No, claro que no. El personaje más lloriqueado en un sepelio público ha sido el siniestro Pablo Escobar. Ese día más de veinte mil personas berrearon, gritaron y destrozaron el cementerio Jardines de Montesacro. No sólo su entierro ha sido el más concurrido sino que hasta la fecha es “el muerto más visitado de Colombia”. Esto nos da una idea de qué tipo de personas les parecían importantes a los franceses a finales del siglo XIX, y qué tipo de personas nos parecen importantes a los colombianos ahora. 

En estos días estoy en Irlanda, un país obsesionado con su historia literaria. En cada calle de Dublín hay una placa conmemorativa, en cada parque una estatua, en cada callejón un grafiti, en cada mano un libro celebrando la deslumbrante calidad de los escritores irlandeses. Me encontré con cosas como que, sólo por mencionar un ejemplo, la farmacia Sweny’s en el número 1 de la calle Lincoln, donde Leopold Bloom, protagonista de el Ulises de James Joyce, se detiene a comprar un jabón en uno de los capítulos de la novela, es mantenida por voluntarios para que no sea vendida y permanezca igual que en los días del escritor. Lo hacen así, gratis, por puro amor. 

En contraste, en Cartagena no hay una sola señal de que allí nació el gran Germán Espinosa; ni en la ciudad amurallada nos encontramos una sola pista de Genoveva Alcocer, uno de los personajes más importantes de la literatura colombiana. En Medellín poco o nada nos recuerda las huellas de Gonzalo Arango, Manuel Mejía Vallejo, o Fernando Vallejo. En Envigado sino fuera por la gran labor de Otraparte el pueblo no tendría rastro del Brujo. En Tolú ni si quiera saben quién fue Héctor Rojas Herazo y en Planeta Rica las nuevas generaciones no creo que reconozcan una foto de Alejo Durán. 

¿Alguien recuerda a José Barros, Lucho Bermúdez, Pablito Flórez? Nadie más que un grupo de desadaptados - desadaptados respecto al estándar colombiano -. Hay gente que hace esfuerzos pero la comunidad general es indolente. Nuestras elecciones dejan bien claro qué tipo de sociedad queremos ser. Somos la cultura de las tetas operadas y la estética mafiosa. Es el tipo de revistas que nos gusta comprar, las telenovelas que queremos ver, la música que nos nace escuchar, y los libros que nos cautiva leer. Recuerdo que hace unos años en Montería no había nada más célebre que ser amigo de Carlos Castaño o Salvatore Mancuso. Poco después, la cárcel, la muerte, y la publicidad le dieron ese lugar a Álvaro Uribe. Todos juraban conocerlo y haber contemplado toda su berraquera en acción. Somos ese tipo de sociedad. 

Por eso no me sorprende que Álvaro Uribe haya sido elegido el Gran Colombiano, porque Montería en eso no es distinta del resto de del país. No somos el tipo de sociedad que elegiría a Gabriel García Márquez, Joe Arroyo o Jaime Garzón. No nos interesa la ciencia, ni la filosofía. No nos importan las personas que cuidan el medio ambiente, ni los profesores comprometidos con su oficio, ni los artesanos y los indígenas, ni las negritudes, ni los exiliados. Pudimos ser el país de Andrés Escobar pero preferimos ser el de Pablo, entre los Fernando González elegimos al torero de televisión y no al filósofo, de los JotaMario al fanfarrón desagradable de los programas matutinos, de los Jattin a los políticos ladrones y nunca al poeta, y de los Uribe ni a Nicolás, ni a Rodrigo, ni a Federico. Por eso Álvaro Uribe representa, mejor que nadie, lo que queremos ser. 

Más allá de la mala opinión que tengo de Álvaro Uribe, creo que considerando el descojone tan grande en el que está (y ha estado por tantos años) el país, un político no puede ser el Gran Colombiano.

 

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