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Alberto Rodríguez

"Representó la rebeldía y las batallas de los excluidos, los homosexuales, los drogadictos, los hijueputas"

"Representó la rebeldía y las batallas de los excluidos, los homosexuales,  los drogadictos, los hijueputas"

Harold Alvarado Tenorio

Raúl Gómez Jattin (Cartagena de Indias, 1945-1997) sufrió de severos trastornos de personalidad que en sus últimos años le llevaron a incendiar cuartos de hoteles, desnudarse en sitios públicos y a golpear a sus amigos. Pasó la niñez en el barrio Venus de Cereté atacado por el asma, hizo el bachillerato junto al periodista Juan Gossaín en el Colegio León XIII de Cartagena, donde descubrió el celuloide, pero pasó buena parte de su vida deambulando por los pueblos del bajo Sinú, luego de estudiar derecho en Bogotá y dirigir más de media docena de obras de teatro y actuar en otras tantas. Su primer libro fue Poemas (1980), publicado a los treinta y cinco años.

Hijo de una pareja de viudos, consideraba la poesía «un arte del pensamiento que incluye la filosofía; es el arte supremo del pensamiento, es pensamiento vívido, trascendente e inconsciente».  La novedad  que trajo su lirismo fue el desparpajo con que retrata las relaciones sexuales entre hombres y animales, pero también cierta capacidad para dar al lenguaje momentos y significados que denoten los matices de los sentimientos íntimos. “Un amor desmesurado y promiscuo —ha escrito J.G. Cobo Borda—, que recubre hombres y animales, mujeres y paisajes con una sinceridad brutal y conmovedora”. Los amores imposibles, contrariados, con sus encuentros y desencuentros sirven a Gómez Jattin para ofrecer una lectura donde lo sagrado y las trasgresiones cohabitan, dando cuerpo a un erotismo ingenuo y si duda inédito en la poesía colombiana, trascendiendo, con la poesía misma los actos reales, haciendo de ellos un hondo deshojamiento del ser. Nacido en una región que es al tiempo castidad y depravación, ha logrado, en algunos de ellos, decir cuánto placer y dolor depara la satisfacción del placer por los vericuetos de la homoeroticidad, y hablar, también, de las cicatrices que dejan las separaciones y amores no consumados.

Poesía de la experiencia que privilegia las pasiones, los afectos y los acontecimientos, más que las ideas. Gómez Jattin no reconstruye solo las violencias tersas de las fornicaciones y sus disparos finales, sino que en otros poemas ofrece arquetipos de una, digamos, dialéctica de las satisfacciones amorosas con la carne prohibida. Kavafis se convierte, entonces, en una arqueología de quien confiesa su pasión a sí mismo, a su extraordinario semejante, a su Narciso de erecto falo y fuerza de macho.

Gómez Jattin gozó de un enorme prestigio gracias al uso teatral de una prosodia que siendo caribe, era la voz misma del poeta. Más que los asuntos lo que atraía al auditorio era el esplendor de su tono, las inflexiones raizales, coloquiales y obscenas del habla popular de la Costa Atlántica, que aun pueden recordar quienes tuvieron la fortuna de oírle en las plazas y auditorios donde era llevado como un pobre diablo que hablaba como los dioses. Cuando ya nadie recuerde su voz, y tengamos que recurrir al fonógrafo otra vez, podemos empezar a juzgar sus textos. Nadie como él representó la rebeldía y las batallas de los excluidos, los homosexuales,  los drogadictos, los hijueputas, en una sociedad perversa, corrupta y criminal, donde hasta el poema se ha convertido en moneda de cambio y poder, de “esos que viven otra historia, la quimera de la felicidad” como dijo a Henry Stein.

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