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Alberto Rodríguez

El clan de los uribeños

El clan de los uribeños

Alfredo Molano en el Espectador del pasado domingo hizo una cuidadosa reflexión de lo que para Colombia podría significar el proyecto de Monseñor Uribe: puro centro democrático. Aunque noté más preocupación que rigor, no dejo de compartir con él, el cálculo certero del riesgo.

El nombre con que bautizaron el engendro, por sí mismo no es la fuente más confiable de análisis. Y Molano, como un semiólogo, se entrega a desentrañar los significados nominales de ese “centro” y de ese “democrático”, que tienen asidero en la red de antecedentes, aunque no alcanza a revelar del todo el “tapao” de la propuesta política de la derecha, esa sí pura, purísima.

En proporción al desgaste del gobierno Santos gana fuerza la propuesta del “centro democrático”. Un gobierno que dice más que lo que hace, de extrema debilidad ejecutiva, de ministerios fantasmas, de resultados vaporosos y ambiguos, atiza la reagrupación de las fuerzas más oscuras y violentas, que ya una vez intentaron “refundar la patria” a imagen y semejanza de una para-república corporativa de fuerza y orden.

La conspiración uribista inconclusa, detenida constitucionalmente por una especie instintiva de percepción institucional del peligro, no ha sido desterrada del espacio político, por el contrario, frente al vacio gubernamental le da al proyecto corporativo encubierto, la fuerza, con que después del atentado de las Farc a Londoño, se reactivó sin agüero.

Conocemos perfectamente a los socios de Monseñor Uribe. Sabemos quiénes son. Unos encarcelados, otros investigados, otros extraditados o pedidos en extradición, otros prófugos de la justicia y otros amparados en dudosos asilos.

De la misma manera como las Farc encubren su actividad de narcotraficantes con un esmirriado y desnaturalizado discurso “revolucionario”, el clan de los uribeños presenta su novedoso centro democrático, bajo la bandera de una cruzada por la seguridad nacional. El gobierno Santos reemplazó la seguridad por la prosperidad. Pero los nubarrones y los desórdenes del orden público le inyectan motivos y fuerza al proyecto conspirativo.

La pureza del proyecto, es de esa pureza que hace tan atractiva la cocaína colombiano para el consumidor norteamericano.

Por lo de centro democrático, ni centro, ni democrático. Primero porque en Colombia no hay centro político. Es una democracia descentrada. Y segundo, porque el único flanco que han ocupado, ocupan y ocuparán las fuerzas de Monseñor es el derecho, de donde provienen sus generales paisas. Y mucho menos democrático. Envuelve prosperidad para los dueños de la tierra, confianza inversionista para los socios internacionales del saqueo, TLC para los empresarios que están en el juego, fuego a las Farc y  a los indios y satanización política a todas las otras fuerzas: si no están con nosotros están contra nosotros.

Un proyecto para el cual los contingentes uribistas no descartan “todas las formas de lucha”. Y conociéndolos, todas son todas. Lo que cifra la realidad exacta del peligro, que se huele Molano. 

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