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Alberto Rodríguez

Andrés Caicedo es un invento

Andrés Caicedo es un invento

En una clase de estética en ICESI a la que asistían veinte cinco estudiantes, mencioné a Andrés Caicedo a propósito de la novela urbana. Solo uno de ellos lo había oído nombrar, aunque jamás había leído uno de sus textos. Andrés Caicedo, por haber sido un suicida precoz, se ha expuesto más rápido a ser parte prematura del olvido que seremos.   

Cuando intenté releer ¡Que viva la música! no fui capaz, y no habían pasado sino veinte años desde que lo hice la primera vez, después de que nos conocimos en la Universidad del Valle, mientras dirigía La cantante calva, de Ionesco. Yo me había inscrito en un curso de teatro con Delio Merino, en el que discutimos por los días del montaje, la idea teatral de Ionesco, sobre todo su absurdo instalado seriamente en la escena que arrancaba risas sin sentido.

El domingo 27 de mayo (2012) apareció en El Espectador un artículo de un señor que se llama Ángel Castaño Guzmán, que escribe como los yupis de las revistas literarias y que expone una teoría: Andrés Caicedo es un invento de Sandro Romero, tanto como Cristo lo es de Pablo de Tarso. Ni Sandro conoció a Caicedo, ni Pablo a Cristo.

Si se tratase - según Castaño -  de la fabricación de un mito urbano, una leyenda, sería de inobjetable carácter mediático: exposiciones cada cierto tiempo, artículos promocionales, reseñas,  campaña de mitificación, posicionamiento de sus libros en los planes lectores escolares,  cuentos llevados al cine, y de vez en cuando, aparición de un texto desconocido “que  se publica por primera vez”.

Suponiendo que sea un invento - de lo contrario tendríamos que pensar en su obra – será el resultado de un cariñoso culto al suicida precoz, que a los 35 años de su muerte,  no logró salvarlo del olvido. ¿Cuántas personas de no más de 25 años, esa hermosa edad recomendable para morir, han leído a Caicedo o saben algo de él? Porque si quienes han contribuido a elaborar su leyenda urbana - Romero y Ospina -, lo recuerdan, como lo recordamos algunos pocos de sus contemporáneos, no es mayor gracia, apenas una deuda nostálgica para con los amigos. Si en efecto Caicedo es una leyenda urbana – yo mismo no estoy seguro que lo sea -, no lo sería por su literatura, que se ha comenzado a olvidar primero que él, lo sería mucho más – con el valor que tiene -  por lo que representó como persona - outsider - en el mundo lejano de los sesenta y setenta.

Yo lo recuerdo como lo recuerda Alberto Fuguet: “Caicedo es el eslabón perdido del boom. Y el enemigo número uno de Macondo. No sé hasta qué punto se suicidó o acaso fue asesinado por García Márquez y la cultura imperante en esos tiempos. Era mucho menos el rockero que los colombianos quieren, y más un intelectual. Un nerd súper atormentado. Tenía desequilibrios, angustia de vivir. No estaba cómodo en la vida. Tenía problemas con mantenerse de pie. Y tenía que escribir para sobrevivir. Se mató porque vio demasiado”.   

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