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Alberto Rodríguez

Chejov: la máquina de hacer cuentos

Chejov: la máquina de hacer cuentos

Chejov fue un escritor de carácter profesional, escribió por estricta necesidad de subsistencia, por dinero. Necesitaba vender para sostener a su familia, como quien vende cuadros, obras de teatro, panes, hoces o martillos.  El primer cuento lo publicó en—«La libélula»— y lo firmó como Antosha. Más tarde fue Antosha Chejonte.

 

Su familia, que siempre habría de pesarle gravosamente, lo llevó a convertirse en una máquina de hacer cuentos. Entre 1882 y 1887 publicó un poco  más de seiscientos. 120 cuentos anuales, diez por mes, uno cada tres días, terminados y en versión editable, aparte de las crónicas y los artículos críticos. «Si los reduzco a comer un solo plato —escribía—, me matarían los remordimientos.» Se refiere a la responsabilidad por la mesa de los suyos, que lo impelía a escribir con la regularidad, casi irritante, de un burócrata de la corte o un notario de distrito. Y siguió escribiendo, y escribiendo, mientras la tuberculosis se lo tragaba.

El humorismo de Chejov no es como la feroz sátira de Gógol, tampoco la negrura trágica de Saltihov-Schedrín. Es algo más que humor - la discordancia intempestiva que rompe la seriedad de las anticipaciones, de las premoniciones causales - es una ironía decantada de su conocimiento profundo de la clase media y baja.

Chéjov es el maestro de la economía, el arte de decir mucho con el mínimo de palabras. Y eso que le pagaban la línea, a ocho kopeks y luego a doce. En sus cartas se encuentran esbozos de su estilo, a la manera de: «la brevedad es hermana del talento», «el arte de escribir es el arte de acortar», «escribir con talento, es decir, de manera breve», «sé hablar con pocas frases de cosas largas».

 La economía recoge el sentido del estilo de Chéjov. La concreción del relato y la sencillez del estilo. Como Pushkin aconsejaba que debía ser el texto: «exacto y breve».

 

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