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Alberto Rodríguez

El Concierto

El Concierto

2009; Bélgica, Francia, Italia, Rumanía. Dirección: Radu Mihaileanu. Intérpretes: Aleksei Guskov, Mélanie Laurent, Dmitri Nazarov, Valeriy Barinov, François Berléand, Miou-Miou, Lionel Abelanski, Anna Kamenkova.Argumento: Héctor Cabello Reyes (historia original), Thierry Degrandi.Guión: Radu Mihaileanu, Matthew Robbins, Alain-Michel Blanc.Música: Armand Amar.Fotografía: Laurent Dailland.119 minutos

                                    Tchaikovsky, treinta años después, el concierto para violín, es el motivo de una suplantación musical, que sirve de pretexto para hacer un film trágico, delicadamente nostálgico y al mismo tiempo una comedia. Tiene un sabor doble, a anchoa y a durazno.

El Concierto, del director rumano Radu Mihaileanu, tiene un  aire de tragedia, el del artista purgado, una figura tan odiosa como la historia que rememora: el director sinfónico Andrei Filopov convertido en barrendero del Bolchoi, tras una ira santa de Leonid Brezhnev, treinta años antes. El aire nostálgico de un viejo comunista, que actúa como representante de la orquesta, y que se resume en la escena en la que hace entrega de la bandera soviética a su camarada del partido comunista francés, en el mismo escenario del Théâtre du Châtelet en Paris, donde la orquesta improvisada ha de presentarse.  Y un aire francamente cómico, que resulta de improvisar una orquesta de músicos desempleados, gitanos, callejeros, taxistas, judíos, vendedores callejeros, que sin un solo ensayo del concierto, se largan a París con pasaportes falsificados, que les son entregados en el mismo aeropuerto, en busca de la gloria.

Radu Mihaileanu, el mismo director del Traidor, El tren de la vida y Vete y vive, es un bromista serio, dueño de una capacidad para levantar atmósferas en las que recrea el mundo con el mismo humor satírico, esa nostalgia del este, que se encuentra en las obras de Rabal y de Kundera, y en el humor folclórico del cine de Emir Kusturica. Sabe encontrar el punto, el tono de una historia redonda, gracios a profunda, para darle expresión digna de ridiculización al “comunismo soviético” y el clima también nostálgico de una sub historia, entre la hija del director, que debió haber sido entregada de niña a alguien, para salvarla de la persecución oficial.

Una historia llena de finos contrastes que le dan relieve al film, de perfectas construcciones humanas, personajes variados llenos de sutileza, cargados de representación, metidos en una trama que se tensiona todo el tiempo, con el riesgo de una aventura un poco gargantúelica, una gran broma en París, una suplantación imposible y necesaria, gracias a la cual los músicos le pueden pasar una cuenta de cobro al antiguo régimen y el director puede saldar una deuda del corazón.

 

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