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Alberto Rodríguez

Un fantasma electrónico recorre el mundo

Un fantasma electrónico recorre el mundo

En Egipto vinieron a darse cuenta de que existe algo llamado democracia, gracias a Google. Después salieron a tumbar a Mubarak. Un chiste que circuló por Internet.

El centro de gravedad de las naciones es el Estado: un mediador casi absoluto. En las llamadas democracias, apenas escapa a su regencia la vida privada de las personas, el espacio de sus libertades íntimas. Aunque cada vez que sirva a los designios del Príncipe, el Estado jugará tan sucio como sea necesario. Posiblemente sea un error de diseño, pero aun así, significa que no hay Estado inocente. Su condición siempre lo lleva a violar sus propias “reglas del juego”, las convenidas para sostener las relaciones posibles entre el Estado y la Sociedad. No importa si es el Estado más democrático, o el menos.

Uno de los defectos más lamentables del Estado, es que no nos representa a todos por igual, como se supone que la regla democrática lo demanda. A algunos los representa en su totalidad, a otros los representa parcialmente, y a otros, ni siquiera los representa. Es un defecto del diseño. Y por más ensayos que se han hecho para corregirlo, no hemos pasado de las reformas. Los reformadores hábiles han elaborado discursos argumentales, teorías políticas, programas ideológicos, doctrinas de Estado. Y todo eso lo disparan con el cañón de la propaganda. Disparan con los medios. Pero cuando la retórica fracasa, disparan sus fusiles y sus tanques, encarcelan, fumigan con gases, hacen desaparecer a la gente como si fueran ilusionistas, dan palizas callejeras y hasta echan agua con manguera. No importa si es el Estado más democrático, o el menos.

 

La revuelta islámica contra los gobernantes da una imagen viva de los “Estados” fallidos. Esos clanes dedicados a auto preservarse en el poder, que en nada se parecen al Estado moderno, si es que tal cosa existe. Es decir, uno en el que se da como garantía la distribución constitucional de poderes, para  equilibrar las fuerzas. Y cuando se levantan miles de personas, porque nadie las representa, el Estado, que en efecto no los representa,  lo que hace es sacar sus escuadras de bomberos paranoicos a la calle, para apagar un incendio histórico que jamás termina de apagarse. Estados disfrazados, caricaturas de civilidad, democracias hereditarias, parlamentarismos teocráticos, monarquías tribales, absolutismos espiritualistas, hegemonías militares. Estados que juegan el triste papel de representarse solo a sí mismos, a aquellos que lo cooptan en su propio beneficio.

El anarquismo para muchos es anacrónico, para otros es el limbo de los comunistas, para otros es folklor urbano, para otros no es nada, y para otros, la incapacidad de aceptar la “inocencia del Estado”. El anarquismo moderno, lo que quiera que sea, ha encontrado un aliado tecnológico muy poderoso en lo virtual. Ha llegado en su auxilio “el séptimo de caballería”.

La era de la generación Google ha puesto sobre el escenario a dos personajes históricos: el bloguero y el hacker. Sin un programa político, sin propuestas de reforma, validos de las palabras directas, de los hechos contundentes y de la tecnología, se han convertido en la peor amenaza para cualquier Estado. ¿Cuál de ellos no se ha visto sometido a una envestida? Los WL, los ataques virtuales, las invasiones web, la contaminación en red, la acción de grupos como Anonimus, son asaltos coordinados contra el Estado, de cualquier color, orientación, gobierno, riqueza o latitud. Son como las langostas que asolaron el antiguo Egipto, vienen de todas partes y de ninguna.

Blogueros y hackers, se llamen o no anarquistas, no reconocen la inocencia de nadie, mucho menos la del Estado.

 

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