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Alberto Rodríguez

Fuera los “cristos” de las escuelas

Fuera los “cristos” de las escuelas

Que haya crucifijos en las paredes de las aulas, en las cortes, o en las salas generales de las clínicas, es igual de inocuo, a que los judíos pusieran en sus aulas candelabros de siete brazos; o los protestantes, pretendieran poner en todas las aulas la cruz desnuda, la cruz hugonota o el yunque; o los islamitas quisieran meter en todas sus aulas, media lunas de plástico con estrellas rojas, o manos de Fátima, con sus dedazos bien abiertos.

Un fallo de la Corte Europea con sede en Estrasburgo obliga a retirar los crucifijos de todas las escuelas italianas. Justamente el país donde el catolicismo y el fascismo hicieron de las escuelas centros de adoctrinamiento. El fallo obliga al Estado italiano, a su sistema educativo, a las Cortes italianas y al Vaticano. Estrasburgo es el centro político de la comunidad europea, donde tienen asiento todos los organismos que administran los asuntos de la comunidad.

No es que la Corte tenga nada contra el catolicismo, en general, y contra los crucifijos en particular, como bien pueden hacerlo creer los católicos y algunos cristianos, o como van a creerlo muchos fieles, que terminarán viendo en el fallo, el resultado de una “cruzada” contra el catolicismo, de las fuerzas protestantes, judías, o hasta islámicas, que se muevan en la Corte.

Los crucifijos ni quitan ni ponen. En la cultura global de la imagen, la Internet, el mundo visual en red, la galaxia Gutenberg de los juegos interactivos, los iconos religiosos, al igual que muchos otros venerados en el pasado, han perdido la capacidad de efecto cohesionador de los símbolos sobre la identidad de las congregaciones.

Los signos religiosos, del “ismo” que sean, en contextos laicos – desde 1984 el catolicismo dejó de ser religión de Estado en Italia – con lo que entendemos por ser laico a comienzos del siglo XXI, perdieron la capacidad de ser símbolos unitarios de la fe común, como en la época de las cruzadas. Hoy, la mayoría de logos religiosos de marca patentada, no le dicen más a la gente, de lo que dice cualquier otro logo. Muchos de aquellos símbolos sobre los que se construyó la identidad por la creencia, hoy no son más que objetos arqueológicos de la semiología. Ya no dicen lo que se supone que deben decir, porque hoy se dicen muchas otras cosas. El estado laico es en el fondo, el de la promoción del escepticismo, como una forma de combatir el dogmatismo.

Los crucifijos, la cruz vestida, con cadáveres estigmatizados, manchados de sangre, con espinas y clavos que desmiembran  las muñecas del cuerpo lívido, exangüe, apenas cubierto por una sucia tela sobre el sexo, son adefesios kitsch, salidos de un taller artesanal pastuso, o de una fábrica industrial de baratijas de la fe en Pereira. La publicidad a través de objetos cultuales, es una forma de publicidad, que no se diferencia en nada, de lo que hace Benetton con los objetos  cotidianos.

Y quién ha dicho miedo, el castísimo caballero de Estado, el católico ultramontano, hombre fiel, probo y magnánimo, Silvio Berlusconi, ha declarado desde su púlpito laico que el fallo de la Corte “es un intento por negar las raíces cristianas de Europa y eso no es aceptable para nosotros los italianos”. Esa “cosa” de Berlusconi, como bien lo llama Saramago, es ahora el campeón en la defensa de la publicidad de culto. Bueno, y si el catolicismo enraizado en el poder, y las “cosas” del poder, se dieran la maña para evitar las consecuencias del fallo de la Corte, habría que pedirles, que pinten de amarillo todos los crucifijos que cuelguen en las aulas.

 

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